Tarot y Cábala. Reconstrucción histórica 2ª parte
El primer objeto de estudio de la cábala es la comprensión mística de Dios y de la creación del universo. Desde este punto de vista se coloca en el mismo nivel que todas las tradiciones religiosas reveladas: habría sido transmitida, de hecho, por revelación del propio Dios a un grupo de ángeles, que a su vez la enseñaron a los primeros seres humanos (Adán, Abraham o Moisés, según las distintas versiones). Más allá de estos aspectos teológicos y cosmológicos, la tradición cabalística preveía también el uso de encantamientos para obligar a las entidades intermedias entre Dios y los hombres a obedecer los deseos del mago. Salomón habría utilizado estos medios para la construcción del gran templo de Jerusalén.
Según la tradición, este gran sabio y soberano habría sido el primero en poner por escrito los secretos de la cábala en la obra Clavicula Salomonis («Las clavículas de Salomón»), una obra de gran complejidad y hermetismo que si bien es cierto que muchos estudiosos la datan en torno al año 1400, no por ello ha dejado de ser uno de los textos fundamentales para adquirir el conocimiento mágico. A lo largo de sus páginas se describen las reglas de comportamiento que debe seguir el mago al pie de la letra, la indumentaria adecuada para cada práctica, los símbolos, los pentáculos y los sellos de los espíritus, los instrumentos del mago y la forma de fabricarlos además de dar una serie de indicaciones acerca de los tiempos que requieren las diferentes operaciones mágicas basándose siempre en el tránsito de los astros.
La cábala conoció su máximo desarrollo en la Edad Media, cuando los rabinos empezaron a transmitirla a los iniciados no hebreos.
1393
El moralista y educador italiano G. B. Morelli, recomienda las láminas de los naibis como «instructivas y provechosas» para la educación de los niños. Parece lógico concluir que eran aún piezas singulares, aplicadas más a la representación de repertorios enciclopédicos que al juego. La difusión del grabado en madera, la creación de las corporaciones italianas de «pintores de cartas», y la liberalidad de la corte francesa de Carlos VI, popularizarán esta última función en las primeras décadas del siglo siguiente.
1398
Primeras referencias de la llegada de los gitanos al cuadrilátero de Bohemia; se extenderían por Suiza e Italia en veinte años más, para llegar a España circa 1427. Gérard van Rijneberk ha demostrado que no fueron los introductores de las cartas en Europa, ni los inventores del Tarot, como se creyó durante mucho tiempo. No es seguro, en cambio, que no hayan sido los primeros en descubrir sus posibilidades cartománticas.
1415 ó 1430
En una de estas dos fechas Filippo María Visconti, duque de Milán, paga 1.500 piezas de oro por un solo juego de naipes «iluminados a mano». Es el más antiguo Tarot italiano que ha llegado hasta nosotros.
1419
Muerte de Francesco Fibbia, admitido como inventor de las cartas de juego. Los reformadores de la ciudad de Bologna le reconocieron, como creador del tarocchino, el derecho a estampar su escudo de armas sobre la reina de bastos, y el de su mujer, una Bentivoglio, sobre la reina de oros.
1423
San Bernardino de Siena lanza, en Bologna, un furibundo ataque contra los juegos de naipes y de dados. Por esta fecha, poco más o menos, ha culminado la actividad de «les imagiers du moyen age» quienes, al decir de Wirth, son los creadores formales del Tarot. Veinte años después, los pintores italianos se quejan de la difusión extraordinaria de estos toscos grabados, que acabará por extinguir el floreciente negocio de las barajas iluminadas.
1545
Un tratado anónimo -citado por Caillois- propone esta explicación para el simbolismo de las series: «Las espadas recuerdan la muerte de aquellos que se desesperan con el juego; los bastones indican el castigo que merecen los que trampean; los oros muestran el alimento del juego; las copas, en fin, el brebaje por el que se apaciguan las disputas de los jugadores.»
1546
Guillaume Postel (1510-1581; realizó dos extensos viajes por Oriente que, en opinión de Wirth, «le aportaron una suerte de ciencia universal») publica Clavis absonditorum, en donde establece la relación entre TARO, ROTA o ATOR con las cuatro letras del Tetragrammaton, o Nombre de Dios. Es acaso la más antigua referencia al simbolismo elíptico del Tarot, y sin duda el primer intento de una explicación esotérica de su nombre.
1590/1600
Aboul Fazl Allami describe un juego de 144 cartas, en doce series de doce. Abkar lo reduce a 96 cartas; es decir, a 8 series. El italiano Garzoni escribe una minuciosa descripción del Tarot, que responde enteramente a la de nuestro actual Tarot de Marsella. Caillois interpreta que por entonces se había llegado a la madurez de «un lenguaje jeroglífico universal», con símbolos paganos y cristianos, eruditos o populares, donde «lo esencial era obtener una totalidad que contuviera al universo».
1622
Pierre de l'Ancre publica L'incredulité et mescréance du sortilege plainement convaincue..., en donde hace esta pueril referencia a la cartomancia: «es una forma de adivinación de ciertas personas que toman las imágenes y las ponen en presencia de determinados demonios o espíritus que ellos han convocado, a fin de que estas imágenes les instruyan sobre las cosas que ellos desean saber». Las carticellas educativas se habían metamorfoseado en naipes de juego, y éstos devenían el más flamante y popular de los métodos adivinatorios.
Para Luc Benoist, hay un movimiento intermedio -durante el XVIII francés- que liga al romanticismo alemán con los platónicos del Renacimiento (Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola, Giordano Bruno, Campanella) asegurando la continuidad del pensamiento esotérico en la Europa occidental. Movimiento de transición, y con frecuencia «más místico que iniciático», naufragará posteriormente en la gran confusión masónica y rosacruz. Uno de sus representantes, Claude de Saint-Martin, será, sin embargo, el único que por aquella época coincida con el inspirado Curt de Gébelin, intuyendo en el Tarot algo más que un inocente pasatiempo. Si bien Saint-Martin está lejos de divulgar las fantasías egipcias de sus predecesores, parece cierta su influencia en la formación de los ocultistas del XIX, principalmente en Christian y Éliphas Lévi. A partir de este último habrá que distinguir dos líneas entre los historiadores del Tarot: una conducirá al charlatanismo desembozado de Gérard Encausse, quien bajo el seudónimo de doctor Papus dedicará al tema dos libros de vasta difusión (Tarot des Bohémiens y Le Tarot divinatoire), divulgados profusamente en los años previos a la Primera Guerra Mundial; la otra, pasando por el magisterio de Joséphin Péladan (quien creó el primer método simbólico de lectura) y Stanislas de Guaita, llegará a Oswald Wirth. El Wirth de la madurez, sobre todo, no parece merecer la crítica con que Aimé Patri («Un monde intelligible d'images », Critique, n.° 84, mayo de 1954) lo descalifica:
«EI Tarot de Oswald Wirth -dice Patri- con sus figuras tan graciosas, o el de Papus, con sus imágenes particularmente horribles, constituyen innovaciones debidas a la fantasía personal de sus autores, puestos en la necesidad de justificar sus interpretaciones.»
Si la obra de Wirth se resiente frecuentemente de excesos imaginativos, no es menos cierto que se trata del libro más serio y documentado que haya sido escrito por un ocultista, y que sigue siendo el indispensable punto de partida para toda investigación o comentario sobre el Tarot. Más completas o más rigurosas, deben mucho a Wirth obras como las de Paul Marteau o Gérard van Rijneberk, en la década de los cuarenta, y la aguda recapitulación de materiales sobre el tema, realizada por Gwen Le Scouézec en 1965.