Los métodos de lectura
La enunciación del oráculo es, sin duda, el punto culminante de todo proceso mántico, ya que en ella se realiza la «situación adivinatoria», con la actuación simultánea de sus tres integrantes (adivino intermediario -consultante). Los especialistas recomiendan a los actores la mayor espontaneidad dentro de la precisión, para que el lance obtenga su máxima eficacia.
Así, las «obligaciones» del pacto adivinatorio, podrían resumirse para cada una de las partes, más o menos como sigue:
Para el adivino:
1) Antes de hablar, debe obtener una visión de conjunto de la mesa, en el sentido de haber observado las principales fuerzas en tensión: un punto de partida correcto, facilita el despliegue de la imaginación;
2) la lectura no es previa a su verbalización, sino simultánea con ésta. Aferrarse a uno sólo de los planos de significados que le ofrece la mesa, puede resultar fatal para el adivino, que perdería así su principal arma prospectiva: el asombro y la sorpresa ante lo que va leyendo;
3) nunca hay que forzar una lectura: es preferible una interpretación pobre a una interpretación deshonesta;
4) la función del oráculo es sugerir, no determinar. El adivino que transmite literalmente lo que cree percibir, lo ignora todo sobre la adivinación, ya que el manejo de un intermediario simbólico produce inevitablemente un lenguaje desverbalizado, en el que la riqueza de los contenidos sólo puede ser transmitida por alusiones (esta es la razón de la ambigüedad verbal de las palabras de encantamiento, los vaticinios y las profecías).
Para el consultante:
1) la precisión y amplitud con que se formulen las preguntas, son factores básicos para el éxito de la consulta. Preguntas como «¿Qué me sucederá?», o «¿Tendré fortuna?», no son válidas porque aluden a un segmento operativo tan vasto como la propia vida del consultante,
2) debe tener en cuenta que la «situación adivinatoria» es un diálogo, cuya versatilidad se enriquece con la participación activa del consultante. Cuanto más rico y detallado sea el planteo de éste, mayor será el número de variables a manejar por el adivino, y más exhaustiva la respuesta;
3) como todo diálogo tentativo, la «situación adivinatoria» es también una entrevista psicológica. El consultante debe evitar los planteos frívolos y las contradicciones deliberadas, que sólo conducirán a respuestas carentes de interés.
Básicamente, adivino y consultante deben partir de parecidos niveles de intencionalidad, para que la entrevista sea homogénea. Se trata en definitiva de un ejercicio de imaginación y de una prospección psicológica, interpretados por un dúo que ignora la mayor parte de la partitura a ejecutar. Es fácil comprender la importancia que en una propuesta de este tipo tienen los instrumentos afinados.
Piotr Demiánovich Ouspensky, partiendo de un análisis esotérico, y Juan-Eduardo Cirlot, comentando la relación del Tarot con la psicología profunda, llegan a parecidas conclusiones en cuanto a lo que podría llamarse el criterio de lectura. Una misma mesa podría leerse así en dos niveles totalmente distintos, aunque complementarios:
1 Relación del consultante consigo mismo, investigación del desarrollo personal, análisis de la búsqueda y posterior hallazgo de la identidad (vía lunar, abstracta, experiencia intransferible).
2 Relación del consultante con su medio ambiente; lucha o desarrollo con los demás, competencia, profesión, amores, situación en el mundo (vía solar, concreta, experiencia que no se realiza más que compartiéndola).
Queda por ver el proceso operativo de la lectura, para el cual pueden adoptarse diversos métodos. No se describirán aquí los más populares de entre ellos (italiano, francés, gitano) por su escaso o nulo valor simbólico y psicológico. Todos ellos parten de una carencia fundamental: la asignación de un valor fijo e inmutable a cada carta, reducido casi siempre a una tabla oracular que puede aprenderse de memoria.
Es notable que estos precarios métodos sigan gozando de un reiterado fervor mayoritario, pero la explicación de ese éxito es tan simple como ellos mismos: a la manera de los horóscopos que aparecen en periódicos y revistas, están estructurados según un cálculo de probabilidades que cubre bastante bien el relativamente modesto campo de las expectativas humanas (Granville Baker demostró alguna vez que en las obras de Shakespeare se daban la totalidad de situaciones dramáticas posibles: el número era asombrosamente bajo, y explica el hecho de que Shakespeare siga estrenando con regularidad).
Se sabe, por otra parte, que la percepción es selectiva, y todo hombre escucha aproximadamente lo que quiere escuchar: un buen pronóstico y dos o tres cercanos, alcanzan a producir la impresión de una buena lectura, entre diez o veinte disparates que no pueden relacionarse con nada.