Diccionario de los simbolos del Tarot I - M
En realidad, el Tarot es un libro que en lugar de estar escrito con palabras derivadas de un alfabeto fonético, se encuentra plasmado de símbolos ideogramáticos y pictográficos, cargados de diversos sentidos, que funcionan conjuntamente entre sí. Debemos pues comenzar por explicar el sentido y el valor de los símbolos y los ritos para la Ciencia Tradicional, su alcance, que va más allá de lo que el lector no especializado puede imaginar. Iremos haciendo también lo propio con respecto a las relaciones que unen a este sistema con el Arbol de la Vida Cabalístico, la Numerología, la Alquimia y la Astrología, disciplinas todas pertenecientes a la Tradición Hermética, y que el Libro de Thoth sintetiza en su corpus esotérico.
I
Inversión. El Tarot nos enseña a realizar la conjunción de los opuestos mediante la inversión de los colores de sus láminas o de la dirección en que miran los distintos personajes y figuras. Esto es particularmente notable en las ropas de El Mago, arcano I, en los caballos de la lámina VII, El Carro, y en las jarras de la XIIII, La Templanza, donde los colores azul y rojo se invierten, mostrándonos la necesidad de combinar contrarios. También en el carácter hermafrodita de El Diablo, en el macho y la hembra de los mellizos de esta carta, y de la XVIIII (ver mellizos), en las posiciones invertidas en que miran La Sacerdotisa y El Papa, La Emperatriz y El Emperador (y las águilas de sus escudos) y en la dirección ascendente y descendente de las figuras móviles de La Rueda de La Fortuna (X) lo mismo que en las charreteras de la figura del personaje de El Carro.
El Tarot nos enseña a ver el doble aspecto de todas las cosas, y a unificarlo, en el significado dual, al derecho y al revés, con que se leen las cartas. El arcano XII, El Colgado, es otro símbolo neto de inversión.
J
Juglar. El juglar es aquél que entre chanzas, bromas y alegrías reproduce de manera amable las acechanzas, gestos y paradojas de su Creador. Nuestro personaje canta mediante artilugios la realidad de lo creado de la cual él sólo se vive como un actor en la indefinitud de los gestos y las memorias que habitan el teatro del mundo. El juglar es un títere entre títeres que repite, recreándola, a la creación original de la cual es un instrumento. Siempre penando, o en fiesta, aquel juglar que todos poseemos nos alegra a veces con una esperanza que ya fue, o con un pasado totalmente futuro. Estos personajes, como los de la lámina sin número, llamada El Loco, y la I, El Mago, recorrieron (y recorren), según el Tarot, los caminos de Europa y el mundo.
L
León. El león es un animal relacionado con el fuego y la realeza. Su color dorado hace que la astrología lo vincule al sol y la alquimia al oro. Aparece en la lámina XI como bestia feroz a ser domesticada, y en la XXI representando al signo zodiacal de Leo.
Libro. El mundo, para muchas tradiciones, está equiparado a un libro donde la pluma divina escribe, o pinta, constantemente la totalidad de lo manifestado. Este libro de la vida es el texto sagrado y sapiencial por excelencia, imagen paradigmática de cualquier escritura y de todo libro, revelado o no. El Creador ordena a los escribanos celestes el ejecutar cada parte de la obra que él dirige en relación a los ritmos, secuencias y conjuntos armónicos que en sí mismo organiza. Su lenguaje es necesariamente poético en cuanto rítmico, y profético por su desarrollo. En el Libro de la Vida están escritos todos los nombres y por lo tanto aquéllos que pueblan el universo, por más pequeños o insignificantes que nos parezcan. La Sacerdotisa, lámina II, lee constantemente el libro del presente, compuesto de pasados y futuros.
Linterna, farol. Muchos de los que parecen saberlo no lo saben y sólo han conseguido un farol, imagen muy débil del sol, que los alumbra en su camino. Si el farol no es el sol y tampoco siquiera la luna, el andante encontrará poca iluminación en sus pasos; sin embargo, aquella débil luz equiparable a la conciencia y a la sabiduría continuará brillando como si fuese un faro o una simple curiosidad del camino. La luz artificial es un símil de la natural y por lo tanto le afectan las correspondencias directas e inversas que caracterizan la iluminación natural. Todo el mundo es ermitaño, mucho más en las grandes ciudades. Muchos recurren a lugares apartados, en buenos sitios ecológicos, pero desgraciadamente llevan la programación contemporánea a cuestas; no hay nada mejor que el aislamiento, sobre todo si se está bien acompañado. El ermitaño cumple una importantísima función social.
Luna. Símbolo del principio femenino y pasivo, la Luna, astro de la noche, es el paredro del sol, vista a veces como su hermana (o hermano) y esposa, opuesta y complementaria. La tradición siempre la asimiló a las aguas, a las que rige, y vio dos niveles en ellas que manifiestan dos estados del ser: un mundo supra-lunar, las aguas superiores visibles en Binah, y otro sub-lunar (Yesod y Malkhuth) el ilusorio mundo de la multiplicidad y los cambios. La luna siempre ha sido asimilada al plano psíquico y su energía y poder de atracción no sólo es visible en el mundo externo sino también mediante los fluidos más sutiles, ocultos e interiores, que alimentan las fantasías de la mente. También ha sido tomada como la gran reguladora y los calendarios se han regido siempre por ella como manifestación evidente de la ciencia de los ciclos y los ritmos. En la cábala hebrea, la luna oscura, perversa o negra, es llamada Lilith, equiparada con todo rigor a las entidades femeninas que los griegos llamaban Lamias.
M
Mellizos. Símbolo tradicional de la unión, de lo que siendo lo uno y lo otro ha nacido sin embargo de un mismo huevo, los mellizos habitan todos los panteones: Cástor y Pólux, Rómulo y Remo, Krishna y Arjuna, Quetzalcóatl y Xólotl, Hunah-Pú e Ixbalanché, etc. Muchos de ellos, sin embargo, se hallan divididos y hasta son opuestos o enemigos, como con toda claridad lo significa el conocido yin-yang extremo oriental. El fenómeno de los gemelos siempre ha causado asombro y ha sido muchas veces tabú en diferentes culturas. Entre los indios Pueblo, simbolizan el planeta Venus en sus dos aspectos, de estrella matutina y vespertina. En la carta XVIIII la pareja de infantes idénticos expresa la unión del binario resuelta por la unidad del amor. En la lámina XV se pueden observar igualmente un par de diablillos encadenados y semidesnudos, expresión clara de la ambivalencia que suele regir nuestros pensamientos y acciones.
Mesa. Este objeto se observa especialmente en la carta I, El Mago, donde se la destaca como un plano, tal cual podría ser el plano creacional. La mesa significa un mundo de objetos que la pueblan y las diferentes relaciones que ellos poseen y tejen entre sí. La superficie de la mesa es la totalidad del plano y sus límites encuadran este objeto de forma definitiva; todo está en el plano y prueba de ello son los cuatro elementos (fuego, aire, agua y tierra) simbolizados respectivamente por la varita de El Mago, una navaja, miniatura de la espada, un vaso vacío y una moneda de oro. También se observa un cubilete y un juego de dados que expresan las posibilidades indefinidas de lo potencial y las distintas posibilidades numéricas que se producen en la mesa, plano ejemplar como intermediario entre los mundos terrestres y celestes. Podría pensarse que el hecho notorio de que la mesa muestre sólo tres patas representa a los tres principios (azufre, mercurio, sal) con que se combinan los cuatro elementos, produciendo el artificio de la manifestación.
Mundo. El mundo o kosmos era para los griegos la posibilidad de todo lo creado llevado hasta sus propios límites. No había pues otros mundos sino que todos los mundos estaban en éste. El cosmos es un orden emanado del caos al que necesariamente tiene que volver. Muchas tradiciones identifican al mundo con su creador y piensan que éste está vivo expresándose a través de los espíritus, seres, formas, animales y colores que cohabitan en el universo. Sin embargo debemos aclarar que este dios, absolutamente cotidiano para las tradiciones sagradas, no es el auténtico Dios, cuyo nombre es innombrable, su forma inexistente y su ser incognoscible. En la lámina XXI el Mundo es regenerado luego de ser absorbido en su propia belleza.