El sueño como deseo
Una de las muchas motivaciones que se pueden dar al sueño podría ser buscada en la personalidad de quien sueña que, con el sueño, hace realidad deseos que no ha podido alcanzar en la vida diaria. El ser humano es, en su íntima conformación, una persona ambigua, por que posee dos personalidades.
Y posee dos personalidades no sólo la persona equívoca, incorrecta y marginada, sino también aquella digna del máximo respeto, bien considerada y querida por todos. La nuestra podría parecer una afirmación atrevida pero no lo es porque, de hecho, todos tenemos dos personalidades (se refleja bien en nuestro pensamiento y en nuestra actuación en la vida cotidiana) y difícilmente se podrá refutar lo que estamos afirmando.
La primera personalidad es la que podemos definir como externa, la que se manifiesta en nuestras relaciones con la sociedad y, en algunas ocasiones, incluso ante nosotros mismos.
La segunda personalidad es la que podemos calificar como interna, y jamás se manifiesta al exterior y, si lo hace, es de una forma muy rara y furtiva, porque nuestra moral nos obliga a mantenerla oculta.
Pues bien: el sueño entendido como deseo, tiene el poder de realizar la personalidad interna del individuo, esa personalidad que él mismo, en la vida de cada día y en sus relaciones con el mundo externo mantiene escondida y no quiere que nadie conozca, ni siquiera él mismo.
Por lo tanto, con el sueño el ser humano desarrolla un aspecto de su personalidad que no puede realizar en sus relaciones externas, es decir, cuando se encuentra despierto.
No puede poner al descubierto esta segunda personalidad, porque son muchas las razones que se lo impiden, siendo la primera, como ya hemos dicho, la moral, después, tal vez, el miedo, el remordimiento, el temor a un castigo. Pero, por encima de todo, existe una incapacidad subjetiva o un impedimento objetivo que obligan al ser humano a ocultar su segunda personalidad.
Con un ejemplo práctico aclararemos mejor este razonamiento.
Supongamos que un hombre es una persona íntegra que ocupa una posición relevante en el ámbito social y a quien, sin embargo, le gustan las chicas atractivas. Hasta aquí no hay nada incorrecto.
Supongamos a continuación, que este hombre es un respetado y temido dirigente que en su despacho recibe a personas que han de acudir a él; pero precisamente por el cargo que ocupa tiene que resolver cada situación con la máxima objetividad y ha de mantener la máxima seriedad y distanciamiento ante quien se le presente.
Supongamos que este directivo recibe la visita de una exuberante y atractiva muchacha, que reclama un derecho que no le corresponde y que el directivo, en forma intransigente, debe negarle de una manera rotunda. Bien: aquí se manifiesta una situación típica de la doble personalidad. El dirigente, en el fondo de su alma, querría satisfacer la demanda de la muchacha y, a ella, tal vez confidencial e íntimamente. Pero no puede; su cargo, la moral, su posición social se lo impiden. Por eso, durante el coloquio se muestra distante y desinteresado por el físico de la muchacha, como si se tratara de una descolorida solterona. Pero no acaba allí porque este directivo, como todos los seres humanos, puede soñar. Y el sueño más probable que tendrá tras este sucedido podría ser que mantiene relaciones amorosas con aquella muchacha, a la que en realidad, ha tratado con desapego.
En otras palabras este hombre realiza en sueños aquello que, por un cúmulo de circunstancias no ha podido llevar a cabo en la realidad.