Las pesadillas a veces, nos ayudan
Se ha demostrado científicamente que las pesadillas no sólo producen efectos “negativos” a nuestra concepción psicológica, sino a su vez a nuestro físico:
- - Agitaciones interiores y movimientos considerados como bruscos, con temblores. Ocasionalmente, se puede producir un ligero dolor de cabeza.
- - Sudoraciones exageradas, y aumento de la temperatura del cuerpo de forma repentina.
- - Podemos emitir gritos, padecer agresividad y lanzar golpes.
- - Alteración tanto del ritmo cardíaco como el respiratorio.
Es imprescindible entender que tener pesadillas no es “negativo”, pues nos pueden alertar acerca de esas inquietudes que tenemos, pero de las que no nos podemos darnos cuentas. Momento en el que, a través de una correcta interpretación, sabremos aquello que pensamos pero que no nos hemos podido plantear directa y conscientemente.
Quizás sería interesante preguntarnos primero ¿por qué dormimos?, después ¿por qué soñamos? y, finalmente, ¿por qué tenemos pesadillas?
El giro de nuestro planeta y el hecho de gozar de 12 horas de luz diurna y 12 horas de oscuridad, ha impulsado a las diferentes especies a adaptarse a tan drástico cambio, realizando su actividad en el periodo que le ha sido más propicio (en nuestro caso el diurno) y dejando para el otro la realización de otra serie de tareas.
Aunque ahora disponemos de luz artificial que nos ilumina durante el periodo nocturno, nuestro reloj biológico nos impulsa a dormir, pues hay una serie de funciones indispensables para nuestro cerebro y nuestro organismo que solamente se llevan a cabo en el periodo de sueño. Funciones reparadoras y restauradoras de mente y cuerpo.
Así, al dormir se inician unos procesos químicos por los que nuestro cerebro se entrega a una actividad que en algunos momentos es comparable a la de la vigilia. Mientras dormimos las redes neuronales atraviesan cinco etapas diferentes que se repiten entre tres y cinco veces a lo largo de la noche. Las cuatro primeras coinciden con la idea intuitiva que se puede tener del descanso: la frecuencia cardiaca y el ritmo respiratorio descienden y las ondas cerebrales se hacen más lentas. En cambio la quinta, la fase de sueño paradójico o REM (rapid eye movement) es mucho más activa y se caracteriza por un movimiento ocular rápido bajo los párpados, un aumento de los ritmos cardiaco y respiratorio y un incremento notable de la actividad cerebral. Es en este periodo, principalmente, cuando se lleva a cabo el proceso de las ensoñaciones.
Comoquiera que el cerebro es un órgano muy complejo sobre el que apenas llevamos un siglo de estudio, no se conoce el porqué de los sueños, aunque las más modernas teorías de la neurología del sueño apuntan a que éste tiene un importante papel en las funciones cognitivas más complejas, como la resolución de problemas, la memoria y el aprendizaje y que lejos de corresponder a actividades mentales aleatorias, se llevan a cabo procesos que mezclan recuerdos, percepciones sensoriales y emociones, de tal manera que lo que se persigue es la comprensión o asimilación de aquello que nos ocurre en el periodo de vigilia.
Sea como fuere, el cerebro forma imágenes con el flujo de información que recibe merced al incremento de actividad en la fase REM y les intenta dar un significado coherente. Para ello las une en una especie de secuencia a la que llamamos sueño.
Ahora bien, puede ocurrir que el sueño no sea agradable, es decir, que cause desasosiego e incluso temor. Entonces este sueño perturbador recibe el nombre de pesadilla.
Las situaciones estresantes que se producen durante el día pueden convertir los sueños en pesadillas, buscando con ellas el cerebro una forma de liberar las tensiones diarias. Por ello los niños sumidos en un continuo proceso de aprendizaje y adaptación son tan proclives a padecerlas.
Tener pesadillas es algo tan normal como tener un sueño erótico por ejemplo, pero un aumento reseñable en su frecuencia puede ser una señal de alarma de que algo no va como debiera, que nuestro cerebro se enfrenta, a nivel inconsciente, a una situación o problema que crea una tensión emocional de la que no puede librarse. Relaciones tormentosas, traumas psicológicos, drogas y problemas psiquiátricos suelen ser causa de pesadillas frecuentes y recurrentes. Aunque a veces son simples reflejos de una situación delicada a la que no queremos enfrentarnos y que, al evitarla, nos crea tensiones emocionales. En este caso, nada mejor que enfrentarse a ella y resolverla en uno u otro sentido para que las pesadillas desaparezcan.
Todas las evidencias coinciden en que los malos sueños constituyen una experiencia humana universal. A veces ellos son lo suficientemente temibles para despertar a quien los sufre, en cuyo caso entran en la definición formal de pesadilla. Otras veces son, incluso, peores: cuando la persona cree que lo peor del sueño ha terminado, pero está ingresando en “Su más temida pesadilla, capítulo II”.
Pero cualquiera que sea la trama, los investigadores señalan que las pesadillas y los sueños horrendos ofrecen indicios potencialmente elocuentes para develar, en primer lugar, el misterio más profundo de por qué soñamos. También, cómo nuestras vidas, cuando soñamos y cuando estamos despiertos, pueden entrelazarse y gravitar entre sí. Y, lo más desconcertante de todo, cómo nos arreglamos para elaborar una realidad virtual en nuestra mente, un depósito nocturno sensorialmente rico, multidimensional y dotado de personajes tan persuasivos, que uno quiere... estrangular antes de que puedan estrangularlo a uno.
Un importante motivo por el que los malos sueños ayudan a discernir la arquitectura onírica en términos generales es que, como numerosos estudios han demostrado, la mayoría de nuestros sueños son malos. Ya sea que individuos sometidos a un estudio lleven un diario personal de sus sueños en la casa o duerman en laboratorios de investigación y sean periódicamente despertados del sueño a partir del movimiento rápido del ojo (REM) -la etapa más frecuentemente relacionada con el sueño-, los resultados son los mismos: casi el 75% de las emociones descriptas son negativas.
Además, según Robert Stickgold, un investigador del sueño de la Facultad de Medicina de Harvard, somos soñadores ridículamente activos, ya que pasamos entre el 60 y el 70% del período de soñolencia soñando o en un estado semejante al sueño, llamado actividad mental del sueño, que funciona hasta tres horas por noche transcurridas en un estado de ansiedad o frustración mientras llegamos tarde para el examen o caminamos descalzos sobre vidrios rotos porque nuestros zapatos se derritieron.
Sueños adolescentes
El paciente era un hombre de 37 años que de niño había sido violado por su madre esquizofrénica, a menudo, mientras estaba en la cama tratando de dormirse. No obstante, llegó a ser un adulto razonablemente normal y bien remunerado en su trabajo, y pensó que lo peor había quedado atrás. Hasta que una noche se despertó súbitamente y vio en su cuarto a una intrusa que revolvía los cajones del ropero.
Posteriormente, sus pesadillas comenzaron, sueños espantosos y recurrentes en los que la intrusa era una mujer de mediana edad y en los que una cuchilla pendía como una espada de Damocles del ventilador de techo sobre su cabeza.
"Su viejo recuerdo del miedo no se había disipado", afirmó el doctor Ross Levin, psicólogo que investiga el terreno de los sueños en la Yeshiva University, de Nueva York. "Se reactivaron fácilmente -añadió- debido a su trauma reciente." Casi tan repentinamente, plasmaron la base de una pesadilla recurrente. El doctor Levin instó al paciente a reformular el sueño y ensayar alternativas frente a cuchillas oscilantes y un temor paralizante, hasta que finalmente las pesadillas cesaron y el hombre pudo recuperar su anterior condición.
Estudios realizados sobre la base de estadísticas o diarios personales han demostrado que la frecuencia de las pesadillas varía según la edad y el sexo. Los preescolares son relativamente inmunes al mito del cuco, pero no es ése el caso de sus hermanitos mayores. Aproximadamente el 25% de los chicos entre 5 y 12 años señalan que por lo menos una vez por semana se despiertan debido a un mal sueño.
El índice de pesadillas aumenta durante la adolescencia, alcanza el pico máximo entre los adultos jóvenes, y luego, como tantas cosas más en la vida, comienza a disminuir. El individuo promedio de 55 años tiene tres veces menos pesadillas que el individuo promedio de 25 años. A casi cualquier edad, las niñas y las mujeres señalan que tienen considerablemente más pesadillas que los niños y los hombres, hecho que, según algunos investigadores, podría estar relacionado con los porcentajes comparativamente mayores de ansiedad y trastornos del ánimo.
El contenido de las pesadillas también varía con el tiempo y entre distintas culturas. A un joven en los Estados Unidos del siglo XXI tal vez no le importe el ocasional sueño erótico, pero para San Agustín, el filósofo cristiano del siglo IV, "los sueños de naturaleza sexual eran pesadillas", como expresó Kelly Bulkeley, investigador del sueño, invitado en la Graduate Theological Union, de Berkeley, California. "Los consideraba -agregó- amenazas para su fe."
Ciertos factores culturales específicos también pueden incidir en los temas universales. El doctor Bulkeley y sus colegas descubrieron que la pesadilla de ir cayendo al vacío son habituales entre las mujeres de las naciones árabes, quizá por razones metafóricas.
Mientras en gran medida el cuerpo y el cerebro durante el sueño aparentemente se confabulan para permitirnos andar a salvo a través de un siniestro terreno onírico de personajes extravagantes, los científicos que estudian el sueño, en su mayoría, están persuadidos de que soñar tiene un propósito esencial, posible y evolutivamente de adaptación.
En un reciente artículo aparecido en la revista Psychological Bulletin , el doctor Levin, junto con su colega Tore Nielsen, de la Universidad de Montreal, plantearon que soñar servía para crear lo que denominan "recuerdos de la extinción del miedo", recurso que tiene el cerebro de mezclar, desintoxicar y, finalmente, desechar viejos recuerdos temibles, lo mejor para seguir adelante y dar lugar sináptico para cualquier nueva amenaza que pudiera aparecer. "El cerebro aprende pronto a qué tenerle miedo", comentó el doctor Nielsen. "Pero si no hay un control del proceso -prosiguió-, en la adultez tendremos miedo de cosas que temíamos en la niñez."
Los malos sueños comunes y corrientes rara vez recapitulan hechos desagradables de la vida real; antes bien, les extraen partes rescatables para soportes y repuestos, y a través de esa reconfiguración, según explicó el doctor Nielsen, los miedos dejan de ser tales. "Un mal sueño que no provoca que el individuo se despierte es exitoso en lo que respecta a abordar una emoción intensa. Es perturbador, pero en la medida en que no nos despertamos hay una especie de resolución", dijo.
De acuerdo con este escenario, las pesadillas, al permitir que uno escape prematuramente, representan un fracaso del sistema de la "extinción del miedo". "El mal sueño es funcional, las pesadillas son disfuncionales", afirmó Nielsen.
Si uno siente que está cayendo al vacío, que extienda los brazos y aprenda a volar.