Las Brujas de Zugarramurdi
Una vista al pueblo de Zugarramurdi, significa un volver a pasado, al tiempo donde la superstición y la magia campaban a sus anchas. Cierto es, que la visión de estos pueblos, rodeados de verdes montes y bosques frondosos, despierta si más no, nuestra imaginación.
A poca distancia del pueblo se encuentran las famosas cuevas, donde según la tradición, la brujas se reunían para celebrar sus aquelarres. En sus reuniones nocturnas, se consumían diferentes clases de ungüentos alucinógenos, que les hacían perder el nivel de la realidad y creían estar en otros niveles. Los efectos de estos ungüentos eran parecidos a los producidos por el ácido lisérgico (LSD). Las bayas de endrina, las mismas con las que se elabora el popular “pacharán”, era el psicotrópico usado para estos menesteres.
La Inquisición
Desde que fue creado en el siglo XV por los Reyes Católicos, el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición se encargó de perseguir todo aquello que constituía (según la fe católica) un peligro para la moral.
A lo largo de los siguientes cuatro siglos juzgaron y enviaron a millares de personas a presidio (en el mejor de los casos) y a la hoguera a otras muchas. Algunos historiadores apuntan a que la cifra podría estar cercana a los 200.000.
Pero hay un episodio bastante turbio en la historia de esa institución que ha dado para escribir miles de páginas; nos referimos al proceso a las brujas de Zugarramurdi, acaecido en 1610, bajo el reinado de Felipe III.
La Corona de Castilla tenía establecidos varios tribunales repartidos por la península y Canarias, siendo uno de los más activos el que se encontraba en la ciudad de Logroño. Se les unió al tribunal el letrado Alonso de Salazar Frías, quien se dedicó a interrogar a todos aquellos que eran sospechosos de llevar a cabo actos de brujería.
Cuando tomó posesión de su cargo en 1609, ya estaba en marcha la investigación que se realizaba a un gran número de residentes de la localidad navarra de Zugarramurdi; un lugar en el que se concentraba un gran número de adoradores de Satán y practicantes de aquelarres, según declaraciones realizadas por una joven llamada María de Ximildegui.
Fueron llamados a declarar un total de 1384 menores y 420 adultos, todos ellos sospechosos de realizar presuntas actividades relacionadas con la brujería. Investigó uno por uno los casos, determinando quiénes realmente podían estar involucrados en esas prácticas y quiénes podían quedar libres. Fue un trabajo complicado y arduo, ya que los vecinos se inculpaban unos a otros, aunque la mayoría no tenían nada que ver con esos asuntos.
Finalmente 31 fueron las personas acusadas y que serían juzgadas en un Auto de Fe que determinaría si realmente estaban implicadas en el asunto de las adoraciones a Satán a través de aquelarres celebrados en los bosques de Zugarramurdi tal y como aseguraba María de Ximildegui.
El 6 de noviembre de 1610 comenzó el Auto de Fe, al que solo llegaron con vida 13 de los encausados, de los que seis fueron condenados a morir quemados en la hoguera y el resto a cadena perpetua.
Alfonso de Salazar mostró su disconformidad a que los acusados fuesen juzgados por el Tribunal de la Inquisición, ya que no había encontrado pruebas evidentes y suficientemente fuertes que pudiesen determinar que eran culpables.
A pesar de su oposición, el Auto de Fe siguió adelante y se llevó a cabo la ejecución de los seis acusados de brujería. Sus nombres eran Domingo de Subildegui, Graciana Xarra, Petri de Juangorena, María de Echatute, María de Arburu y María Baztán de la Borda.
Tras el caso, Salazar recibió el sobrenombre de "el abogado de las brujas" y su firme y férrea defensa por descubrir la verdad propició que en los futuros Autos de Fe celebrados por los tribunales de la inquisición se estudiase más a fondo los casos, ayudando a no acusar y quemar injustamente a miles de inocentes.
El origen
En el origen del episodio tétrico se encuentran los primeros rumores que sobre brujería alentó en 1608 María Ximildegi a su regreso a Zugarramurdi tras su estancia en un pueblo del otro lado de la frontera.
A los oídos de los lugareños llegaron leyendas de brujas que volaban en escobas y hacían toda suerte de conjuros con resultados perniciosos para las cosechas y el ganado. No es extraño que hubiesen rencillas y reproches de vecinos, afectados por la pérdida de un animal o malhumorados por resultados no esperados en el campo, hacia quienes mostraban conocimiento y pericia en el aprovechamiento de los recursos de la naturaleza, ejercían de curanderas y participaban de encuentros nocturnos en un prado junto a las cuevas, en el Akelarre (que en euskera etimológicamente significa "El prado del macho cabrío").
Las redadas
En aras a retomar la convivencia los destinatarios de los reproches vecinales protagonizaron una confesión pública. El suceso no pasó a más y la tranquilidad regresó al pueblo; sólo que en enero de 1609 llegaron los inquisidores Juan del Valle Alvarado y Alonso de Becerra y Holguín y con ellos comenzó la llamada "caza de brujas".
La primera redada se saldó con el envío a prisión de Logroño -sede de la Inquisición para el norte-, de cuatro de las mujeres que habían confesado ante sus vecinos participar de los akelarres y ser conocedoras de las ciencias de la naturaleza. Confundidos por tal espanto y en un gesto de defensa de su inocencia, seis integrantes del mismo grupo que también había reconocido en público ejercer similares prácticas, decidió acudir a pie a Logroño.
Eran Graciana de Barrenechea, la Reina del Akelarre; y sus hijas Estevanía y María de Yriarte, Miguel de Goiburu, el Rey del Akelarre; Juanes de Goiburu, Tamborilero del Akelarre; y Juanes de Sansín, Atabalero del Akelarre. Sus sobrenombres trascendieron en las confesiones ante la Inquisición, porque los 6, antes que conseguir la exculpación de sus compañeras, acabaron en prisión tan pronto como solicitaron audiencia en Logroño.
Entre diciembre de 1609 y marzo de 1610 otras 17 personas siguieron sus pasos y dieron con sus huesos en la cárcel, a la espera del Auto de Fe. Para cuando tuvo lugar ante una gran expectación que multiplicó por seis el censo poblacional de Logroño, situado entonces en 5.000 habitantes, ya habían fallecido algunos de los encarcelados, entre ellas, Graciana de Barrenechea. Para escarmiento público, sus huesos como el de otros cuatro fueron reducidos a ceniza en sendas hogueras. Seis de los penados corrieron peor suerte y fueron quemados vivos.
El asunto ayudó a promocionar la población de Zugarramurdi como uno de los centros de peregrinación de todos aquellos amantes del ocultismo y los temas afines a la brujería.