El caso en Gabia la Grande (Granada).
En 1977 ocurren unos sorprendentes sucesos en una vieja casa de las afueras de Gabia la Grande (Granada). La historia estaba de algún modo relacionada con un luctuoso precedente que tuvo lugar en aquella finca tiempo atrás. Residía allí una familia cuya madre, víctima de una enfermedad mental, intentó suicidarse más de una vez, hasta conseguirlo arrojándose al pozo del huerto. El triste recuerdo de la fallecida impulsa a sus hijos a abandonar su residencia en la casa para trasladarse a otro punto del núcleo urbano, y el inmueble, bien amueblado y confortable, es alquilado a un pintor granadino. E. F., que traslada allí su estudio, cuando la finca empieza a estar aureolada de extraños rumores que se esparcen por la población.
Las gentes rumoreaban que la fallecida se aparecía por las noches, que se escuchaban gemidos y golpes en las viejas puertas de madera y que algunos alaridos habían violado la silenciosa quietud de la noche.
El artista, como buen bohemio, casi se siente atraído por aquellas sugestivas leyendas, pero pronto tendría ocasión de arrepentirse de su decisión. Una mañana escuchó un fuerte grito de mujer que le sobresaltó, al comprobar que nadie había en aquel momento ni en la casa de dos pisos ni en los alrededores. Alguna noche llegó a experimentar que su cama era desplazada misteriosamente como por manos desconocidas. Como los hechos singulares se repetieran decidió abandonar también el inmueble alquilado, cediéndoselo a otro amigo suyo también pintor, quien tuvo ocasión pronto de comprobar las manifestaciones insólitas que tenían lugar en el inmueble.
Cierta tarde se hallaba concluyendo uno de sus cuadros, cuando oyó que alguien subía cansadamente las escaleras. Las pisadas eran cadenciosas, como realizadas por una persona de cierta edad, calzada con zapatillas o mocasines. El nuevo inquilino salió al descansillo; pero nadie subía por los escalones pese a que las pisadas se escuchaban nítidamente. De repente, alguien pareció empujarle y, perdiendo el equilibrio, rodó por la escalera.
Incidentes típicos de una infestación siguen sucediéndose, hasta que en uno de sus viajes, el pintor comenta con viejos amigos que su nuevo estudio esta embrujado, invitando a seis de ellos a que pasen una noche en la mansión. La sugerencia es aceptada con entusiasmo, como es lógico. Todo lo que insinúa un enfrentamiento con los poderes misteriosos de la Naturaleza despierta inusitado interés, y nuestros protagonistas, cuatro varones y dos chicas jóvenes, acuden a la cita. Las impresiones subjetivas que experimentaron son relatadas así por uno de los testigos:
«Cuando entramos en la primera habitación de la casa, sentí cómo vibraba todo mi ser. Aunque los contadores eléctricos no estaban allí, me parecía sentir el zumbido como procedente de un aparato eléctrico o una dinamo.
«Aquella noche nos quedamos a velar alrededor de una mesa. Sacamos una botella de coñac y unas copas y casi en silecio, apenas roto por algún comentario trivial, nos dispusimos a templar el sistema nervioso. Alguien observó que un armario con puertas de cristal, donde se conservaba la vajilla y vasos, se abría solo. Cuando las copas estuvieron llenas se escuchó un golpecito en una de ellas. Era como si alguien «invisible» aplicase una uña sobre el borde y, dejándola resbalar, la hiciese crujir sobre el vidrio. Una copa comenzó a moverse perceptiblemente sobre el tablero de la mesa. Esta vez el pánico fue general.
Bastantes más cosas extrañas ocurrieron aquella dantesca noche. En la última estancia citada se escucharon pasos. Al volverse se pudo comprobar que un saco de papel de los empleados para conservar cemento se aplastaba y crujía como si alguien estuviese caminando sobre él.
Ya días antes una mujer del pueblo contratada para encalar unas paredes había huido aterrorizada asegurando que había visto una aparición. Aquellos hechos culminaron con el abandono definitivo de la casa.
Las noticias sobre estas extraordinarias manifestaciones que esta vez correspondían no a la tipología de un «poltergeist» inducido por presunto «médium», sino a lo que en términos parapsíquicos se llama «CASA ENCANTADA» llegaron a través de Joaquín Gómez Burón a la Sociedad Española de Parapsicología.
El periodista León Cano y J.L. Jordán Peña se desplazaron hasta Granada para tratar de analizar el caso. Pero los propietarios de la finca, tal vez temerosos de que la fama acerca del embrujamiento trascendiera peligrosamente para sus intereses legítimos, no les autorizaron a pernoctar allí, según sus deseos. Tuvieron que regresar a Madrid, no sin recoger en esta apacible población de la vega granadina un buen plantel de leyendas y tradiciones sobre fantasmas y encantamientos referentes a otras viejas construcciones de la comarca.