Exorcismos: Durante los exorcismos.
Extraído del libro: “Narraciones de un exorcista”, del Padre Gabriele Amorth, exorcista oficial del Vaticano.
En un principio el demonio hace todo lo posible para no ser descubierto o por lo menos para esconder la gravedad de la posesión, aunque no siempre lo logra. Presionado por la fuerza de los exorcismos, a veces es inducido a manifestarse desde la primera oración; otras veces se necesitan más exorcismos. Recuerdo a un joven que en la primera bendición dio solamente algún signo de sospecha; pensé: “Es un caso fácil; lo saco con esta bendición y alguna más”. La segunda vez se puso furioso y desde entonces yo no comenzaba el exorcismo sino con la ayuda de cuatro hombres fuertes que lo sostuvieran.
En otros casos debe madurar la hora de Dios. Recuerdo una persona que había estado con varios exorcistas, inclusive conmigo, sin que se lograra nada particular. Un buen día el demonio se manifestó por lo que era, y desde entonces procedimos regularmente con la frecuencia necesaria para liberar a los posesos. En ciertos casos, ya en la primera o en la segunda bendición, el demonio muestra toda su fuerza, que varía de persona a persona; otras veces esta manifestación es progresiva: algunos afectados al parecer cada vez presentan nuevos males. Da la impresión de que todo el mal que tienen dentro debe aparecer poco a poco para poder ser extirpado.
El demonio reacciona de formas muy diversas a las oraciones y a los mandatos. Muchas veces se esfuerza por parecer indiferente; pero en realidad sufre y sigue sufriendo cada vez más, hasta que se llega a la liberación. Algunos posesos permanecen inmóviles y silenciosos, y reaccionan sólo con los ojos si son provocados. Otros se desmayan y necesitan ser sostenidos, para que no se hagan mal; otros se lamentan, en especial si se aprieta la estola en las partes que duelen, como indica el Ritual, o también si se hace un signo de la cruz o se rocía con agua bendita. Son pocos los furiosos y éstos deben ser tenidos con firmeza por las personas que ayudan al exorcista, o por sus familiares.
En cuanto a hablar, generalmente los demonios se muestran muy reacios. Justamente el Ritual recomienda no hacer preguntas por curiosidad y preguntar sólo aquello que contribuye a la liberación. Lo primero que hay que preguntar es el nombre; para el demonio, tan ajeno a manifestarse, revelar su nombre es una derrota; y cuando lo ha dicho, también en todos los exorcismos siguientes se muestra siempre reluctante a repetirlo. Después se impone al maligno que diga cuántos demonios están presentes en aquel cuerpo. Pueden ser muchos o pocos, pero siempre hay un jefe, el indicado por el primer nombre. Cuando el demonio tiene un nombre bíblico o dado por la tradición (por ejemplo: Satanás o Beelzebul, Lucifer, Zabulón, Meridiano, Asmodeo…) se trata de “peces gordos”, más duros de vencer. Pero la dificultad viene mucho más por la fuerza con que un demonio se ha posesionado de una persona. Cuando hay más demonios, el jefe es siempre el último en salir.
La fuerza de la posesión también proviene de la reacción del demonio a los nombres sagrados. En general tales nombres no son pronunciados por el maligno y no pueden ser pronunciados; son sustituidos por otras expresiones: “El” indica a Dios o Jesús; “Ella”, indica a María. Otras veces dicen: “Tu jefe” o “tu señora”, para indicar a Jesús o a María. Pero si la posesión es muy fuerte y el demonio es de alto nivel (repetimos que los demonios conservan el nivel jerárquico que tenían cuando eran ángeles, como tronos, principados, dominaciones…), entonces es posible que pronuncien el nombre de Dios y de la Virgen junto con horribles blasfemias.
Muchos creen, quién sabe por qué, que los demonios son charlatanes y que si uno asiste a un exorcismo, el demonio va a decirle en público todos sus pecados. Es una creencia falsa; los demonios son reacios a hablar y cuando son charladores dicen cosas insulsas para distraer al exorcista y para rehuir sus preguntas. Puede darse alguna excepción. Un día el P. Cándido había invitado a asistir a sus exorcismos a un sacerdote que se jactaba de no creer en ellos. Aquel sacerdote se hizo presente y se comportaba con un aire casi de desprecio, con los brazos cruzados, sin orar (como deben hacerlo siempre los presentes) y con una sonrisa irónica. Un buen momento el demonio se dirigió a él: “Tú dices que no crees en mí. Pero crees en las mujeres; en ellas sí que crees; ¡y cómo les crees!”. Aquel pobre hombre muy calladito fue retrocediendo hasta ganar la puerta y se escabulló rápidamente.
Otra vez el demonio reveló los pecados para desalentar al exorcista. Era un joven apuesto a quien el P. Cándido estaba bendiciendo; y dentro de sí tenía un demonio más grande que él. Fue precisamente el demonio quien intentó primero desalentar al exorcista: “¿No ves que pierdes el tiempo con éste? El nunca ora, frecuenta…, hace…”, y siguió una larga serie de pecadotes. Terminado el exorcismo, el P. Cándido intentó convencer a aquel joven, con buenas maneras de que hiciera una confesión general. Pero él no quería saber nada de eso. Fue necesario llevarlo casi a la fuerza al confesionario; y allí se atrevió a decir que no tenía nada de qué acusarse.
“¿Pero no has hecho esto tal día?”, le insistió el P. Cándido. Y él, desconcertado, debió confesar su culpa. “¿Y no has hecho esto quizás?”, y el afectado, cada vez más confuso, debió admitir uno por uno todos los pecados que el padre le recordaba, valiéndose de las declaraciones del demonio. Finalmente recibió la absolución. Y aquel joven se fue desconcertado: “¡Ya no entiendo nada! ¡Estos curas lo saben todo!”.
Otras preguntas que sugiere el Ritual se refieren al tiempo que lleva el demonio en posesión de aquel cuerpo, por qué motivo, y cosas similares. Hablaremos a su tiempo del comportamiento que debe tenerse en caso de hechicerías: las preguntas que se deben hacer y cómo actuar. Pero digamos de una vez, que el demonio es el príncipe de la mentira. Muy bien puede acusar a una u otra persona para hacer surgir sospechas o enemistades. Las respuestas del demonio tienen que sopesarse. Me limito a decir que, en general, el interrogatorio del demonio tiene escasa importancia. Por ejemplo muchas veces el demonio, cuando se veía que estaba muy debilitado, respondía a preguntas acerca de la fecha de su salida, y luego no salía en esa fecha. Un exorcista con la experiencia del P. Cándido, que percibe rápidamente con qué tipo de demonio tiene que habérselas y a menudo adivina hasta su nombre, hace muy pocos interrogatorios.
A veces, a la pregunta sobre el nombre, oye que le responde: “Ya lo sabes”. Y es verdad.
Con frecuencia los demonios hablan espontáneamente, cuando se trata de posesiones fuertes, para tratar de desalentar o asustar al exorcista. Varias veces he oído que me dicen frases como estas: “Tú no puedes nada contra mí”; “ésta es mi casa; aquí estoy bien y aquí me quedo”; “estás perdiendo tu tiempo”. O también amenazas: “Te comeré el corazón”; “esta noche no cerrarás los ojos de puro miedo”; “me meteré en tu cama en forma de serpiente”; “te tumbaré de la cama”… Luego, ante mis respuestas, se calla. Por ejemplo cuando le digo: “Estoy cubierto con el manto de María, ¿qué puedes hacerme?”; “tengo por patrono al arcángel Gabriel, lucha con él si puedes”; “tengo a mi ángel de la guarda que vela para que yo no sea tocado, tú no puedes hacer nada”, y cosas semejantes.
Siempre se encuentra algún punto particularmente débil. Ciertos demonios no soportan la cruz hecha con la estola sobre las partes adoloridas; otros no resisten al soplo en la cara; otros se oponen con todas las fuerzas a la aspersión con el agua bendita. También hay frases en las oraciones de exorcismo o en otras oraciones que puede hacer el exorcista, a las cuales el demonio reacciona violentamente o perdiendo las fuerzas. Entonces se recomienda en repetir aquellas frases como sugiere el Ritual. El exorcismo puede ser largo o breve, como el exorcista lo crea más útil, teniendo en cuenta varios factores. Con frecuencia es útil la presencia de un médico, no sólo para el diagnóstico inicial, sino también para aconsejar acerca de la duración del exorcismo. Sobre todo cuando el obseso no está bien (por ejemplo si está enfermo del corazón), o cuando no está bien el exorcista; en estos casos puede el médico aconsejar que se suspenda. En general es el exorcista quien debe captarlo, cuando ve que sería inútil proseguir.