Carácter y destino del hombre
Frederick Nietzsche nos abre un camino para abordar nuestro tema con un expresivo aforismo: "El que tiene un carácter, tiene también una vivencia típica, que siempre se repite". todos conocemos conexiones de este tipo, que saltan a la vista. Una persona se irrita fácilmente y es rencorosa; no nos sorprende observar que riñe frecuentemente con sus amigos y que, muchas veces, queda distanciada de ellos. Otra persona es activa, hábil y tiene afán de lucro; no nos extraña que obtenga éxito en los negocios y de que pronto tome un cariz favorable cualquier asunto que emprenda. A partir del modo de ser de una persona, de su carácter, se comprenden inmediatamente estos resultados. pero Nietzsche no aludía a este tipo de relación cuando refería una vivencia típica de un individuo a una especial cualidad de su carácter. Para comprender lo que quería significar, consideramos el segundo ejemplo citado. La experiencia nos muestra, no pocas veces, que personas en las que se reúnen las cualidades mencionadas en este segundo ejemplo, con gran afán de ganancia, carácter activo, emprendedor y habilidad, no siempre tienen éxito y en muchos casos, cuando están a punto de alcanzarlo, se les escapa de las manos.
Se trata de acontecimientos del curso de la vida que quedan en una zona intermedia, que pueden interpretarse en los dos sentidos: explicándolos por ciertos aspectos caracteriales o considerándolos como efecto de una acción exterior. Si se quiere destacar que el echo es producido desde fuera, se habla de un hecho del destino y se dice que el destino de estos individuos es caer en el fracaso cuando parecía que les faltaba poco para alcanzar el éxito.
Refiriéndose a la relación entre hombre y mujer, decimos que siempre se frustra, sea por desavenencias que surgen, por obstáculos o por muerte, por algo parecido a un destino fatal.
Nos parece que Nietzsche creía que valía la pena aguzar el ingenio para averiguar hasta que punto podían referirse estas repetidas experiencias, que parecen ser fatales, a rasgos del carácter. Dilucidar este problema es una de las principales tareas de la "psicología del destino".
Carácter es el modo de ser personal, individual de un sujeto. Completamos la definición añadiendo: es la constancia relativa entre esencia y comportamiento de una persona. Los modos de conducta desarrollados en él resultan de una interacción entre las disposiciones naturales del individuo y el medio ambiente. Constituyen el "carácter desarrollado". El estudio de nuestro tema requeriría también una definición de "destino" pero no podemos de antemano, establecer y delimitar lo que entendemos por "destino", sino que es necesario, primeramente, limitarse a aceptar este nombre como denominación de una realidad bastante complicada, en la que se incluyen múltiples problemas que se oponen a una delimitación precisa.
La obscuridad del concepto de "destino" y la dificultad de definirlo se reflejan en las variadas opiniones respecto a este término. si preguntamos a distintas personas qué significa para ellas "destino", obtendremos las más diversas respuestas. Y estas respuestas pueden ser la llave para la comprensión de los distintos sentimientos existenciales de cada uno de los interrogados.
En una encuesta efectuada entre estudiantes, se pudieron distinguir tres principales grupos de respuestas. Dijeron unos: "Entendemos por destino, lo que le ocurre a uno sin que pueda hacer nada para impedirlo; lo que nos viene de fuera, lo inevitable". Otro grupo, opuesto al anterior, afirmaba que "destino es el curso de la vida que uno mismo se ha creado, que puede haber encontrado circunstancias más o menos favorables, pero es obra de la personalidad". entre ambos extremos, se formularon opiniones que trataban de analizar el problema del destino diciendo, por ejemplo: "Debe distinguirse entre destino y libre albedrío. Incluye, ciertamente, el destino las disposiciones innatas, pero no aquello de lo que somos responsables. Forman también parte del destino las condiciones ambiéntales que no ha podido elegir libremente el sujeto". O. denotando un sentimiento religioso del mundo: "Destino es lo que nos ocurre, lo que nos es dado por Dios y debemos realizar, pero podemos cumplirlo o malograrlo". En contra de esta opinión hay la de los que creen que el destino es un juego de la casualidad.
Estos diversos modos de sentir el destino pueden considerarse también como indicación de las características de la idea que tiene el individuo del mundo, y de la situación del hombre frente a las fuerzas que actúan sobre él.
La creencia en la naturaleza inevitable del destino halla su más fuerte expresión en el fatalismo oriental. El destino es concebido como fatum (del verbo fat. fari, hablar), como lo que ha sido dicho y debe cumplirse. Equivalía, entre los antiguos, a oráculo, sentencia de los dioses. Omar Khaiyam, poeta persa fatalista, decía:
Somos los peones del destino
Se juega con nosotros en el tablero de la existencia y se nos arroja después al cesto de la nada.
El sentimiento de poder del individuo en el ámbito del destino, la concepción que tienen de destino los del segundo grupo, lo vemos expresado en los hombre renacentistas. Maquiavelo, político y filósofo del Renacimiento decía:
"Me figuro que la fortuna manda en la mitad de nuestros actos, pero la otra mitad está en nuestras manos".
El sentimiento de destino que vemos en los autores trágicos tienen en común, con el fatalismo, el convencimiento de la inexorabilidad de lo decretado. El hombre se revela contra el destino y pierde. Schiller expresa este modo de concebir el destino en los términos siguientes:
"Nadie escapa al destino impuesto y el que no puede convertirlo en bueno ha de llevarlo hasta su término".
Se opone a esta concepción el sentimiento cristiano del destino, de sentirse protegido por la providencia divina, por la voluntad de Dios, guía y prueba del que se siente al amparo de la gracia divina.
Como vemos, el término "destino" se aplica a conceptos muy diversos; no es un concepto que pueda definirse objetivamente. Generalmente, al hablar de destino nos referimos a ciertos hechos o modos de representarse las cosas que influyen continuamente en la vida y cuya acción sentimos como procedente del exterior, fuera de nuestro poder.
¿Hasta qué punto podemos considerar que tiene el destino su origen en el interior del hombre, lo que parece proceder del exterior?¿Hasta qué punto es posible una psicología del destino?
Consideraremos esta cuestión en tres etapas, bajo los puntos de vista caracterológico, de psicología profunda y de psicología de la herencia.
El destino considerado caracterológicamente
Existe conexión entre el carácter de una persona y los acontecimientos con que se encuentra en el curso de la vida, provenientes del exterior. Nos referimos, entonces, a casos en que esta conexión es muy simple, como el de la persona que no sabe dominarse y se irrita fácilmente, encontrándose, repetidas veces, en situaciones de conflicto con amigos, compañeros y jefes, lo que influye en su destino. Ante un caso así, no puede atribuirse la culpa de los conflictos a las circunstancias exteriores. Hechos de esta clase son reflejo del carácter. Nuestra conducta actúa continuamente sobre el medio ambiente humano, en el que se reflejan nuestros actos y nuestras actitudes.
Tal como es la voz, así es el eco; cosechamos lo que sembramos. La corrección de una actitud, o una conducta errónea, puede transformar de modo decisivo el curso de la vida, lo que parecía debido al destino, desaparece prontamente.
Pero existen conexiones ocultas que no pueden atribuirse a rasgos caracteriales. Se dan repetidos hechos difíciles de entender, tanto por el individuo que intenta comprenderse, como por los observadores extraños. A pesar de presentarse situaciones, ocasiones y encuentros de diversas clases, existen en la vida de una persona una serie de hechos que presentan una uniformidad que nos mueve a decir: A esta persona siempre le ocurre lo mismo. En la caracterología se ha creado el concepto de configuración del curso de la vida, aplicado a estos hechos típicos.
Podemos citar, como ejemplo, hechos típicos en la relación con el sexo opuesto. Un hombre encuentra, repetidamente, mujeres de las que se enamora apasionadamente al principio, pero, en una segunda fase, le parece comprobar que no es comprendido por ellas. Reacciona con un sentimiento de decepción. Finalmente, duda de que tenga derecho a encadenarla a él, siente escrúpulos y se decide, una y otra vez, por librarse, lo que efectúa bruscamente, influido por el deseo de recuperar su libertad. Es una configuración del curso de la vida en el destino del amor. Es preciso examinar las fases típicas de esta configuración del curso de la vida, considerándolas como estadios sucesivos de una tempestad que se va incubando, hasta que finalmente descarga.
Existen en la vida de una persona vivencias típicas respecto a las cuales nada nos dice el análisis psicológico en el sentido de formas de conductas básicas, hechos en que parece actuar un misterioso aspecto del destino que no podemos explicarnos. Así lo vemos en los típicos casos de hombre con suerte y hombre gafe, especialmente cuando los acontecimientos característicos ocurren en épocas de catástrofes colectivas. Los tiempos de guerra y otras calamidades muestran claramente este aspecto fatalista de la vida de algunas personas. Habrá quien, a pesar de meterse en peligros, saldrá ileso, mientras que otro, que procede con la mayor precaución y procura eludir, en lo posible, todo riesgo, es herido o muerto en circunstancias que parecían excluir el peligro.
De todos modos, el examen caracterológico consigue explicar racionalmente, en parte, lo que se nos presenta como casual y nos permite referirlo a lo que configura el curso de la vida en forma de destino.
El destino considerado por la psicología profunda
Una de las más importantes vías de acceso a la psicología del destino está formada por los modernos conocimientos sobre la acción de los impulsos inconscientes, investigados por la psicología profunda.
A Sigmund Freud corresponde el trascendental mérito de haber hecho, antes del fin de siglo pasado, un descubrimiento que estaba destinado a abrir una nueva era en la psicología. comprobó que las tendencias inconscientes podían influir en forma decisiva, cual invisibles motores, en la conducta del hombre.
En su "Psicopatología de la vida cotidiana" analizó, desde este punto de vista, los errores y olvidos, los llamados "actos fallidos", que se cometen en la vida. El que puerde un tren que era el único medio de tener una entrevista decisiva con la novia, se creerá víctima de un destino adverso, de un obstáculo procedente del exterior. Pero, puede haberse producido este retraso a consecuencia de una presión del inconsciente: una oculta oposición interior, un temor reprimido al que no se le permite entrar en la conciencia, a la realización de la unión proyectada, le ha hecho perder el tren.
Estas acciones fallidas, estos olvidos, en relación con encuentros de importancia decisiva, pueden repetirse típicamente y ser sentidos por el sujeto como mala suerte. En realidad, esta mala suerte es una treta inconsciente. Lo que parece contrariedad venida del exterior es un reencuentro consigo mismo, es obra del miedo que siente el sujeto ante el paso que iba a dar.
frecuentemente gracias a un tratamiento psiquiátrico que utiliza para el diagnóstico, entre otros elementos, la interpretación de los sueños, se consigue transformar este destino tercamente "obstaculizador" en libertad de acción.
Según la concepción de Freud, son principalmente vivencias y situaciones de los primeros tiempos de la infancia lo que actúa decisivamente desde el inconsciente en la vida ulterior del individuo. La infancia se convertirá, de este modo, en determinante del destino en el desarrollo del ser humano. La salud y la enfermedad, el éxito y el fracaso, el amor y la configuración de la vida, el ascenso o el descenso, pueden estar decisivamente influidos, en opinión del psicoanálisis, por factores inconscientes que forman el carácter.
Un factor determinante de destino en relación a la elección del consorte señalado por Freud es la "imagen ideal" de hombre o de mujer, derivada de la imagen del padre o la madre, modelo inconsciente y dinámico que persiste después de la infancia y ejerce una influencia determinante sobre la elección del consorte.
Algunos hombres buscan repetidamente la madre en la mujer, convirtiendo la imagen inconsciente de la madre en modelo para su elección. Otros rechazan a las mujeres en general, debido a precoces experiencias dolorosas de apartamiento de la madre, de poca dedicación afectiva de ésta al hijo.
Las singulares aserciones de Schopenhauer sobre las mujeres, a menudo tergiversadas, se deben seguramente a experiencias que tuvo en el curso de la vida. Como muchos otros, podía referirse a sus experiencias, aunque de modo muy distinto al de la mayoría, que se envanecen. Pero si todas las experiencias que tuvo fueron desagradables, se debe a su actitud típica, que hacía ver, en todas las manifestaciones de las mujeres, solamente lo negativo. Es muy probable que su actitud fuese el resultado de la relación infantil con una madre que tuvo para él una actitud negativa. tuvo el destina de fijarse únicamente en las mujeres que correspondían al "complejo" resultante de las primitivas impresiones de infancia.
No es necesario utilizar los recursos del psicoanálisis freudiano para comprender el decisivo papel de la imagen ideal, que se espera encontrar en las personas que se relacionan con nosotros. Lo que puede parecernos extraño es un autoencuentro con la imagen esperada, la imagen que se formó el individuo. y la encuentra porque la elige en su medio ambiente o la proyecta en otras personas.
Carl Gustav Jung, que fue inicialmente discípulo de Freud y se separó de él en 1.912 para seguir su propio camino, mostró que las imágenes ideales, deseadas, configuradoras del destino pueden tener un origen mucho más profundo que el inconsciente nacido de las experiencias individuales. Numerosas observaciones efectuadas en su práctica de médico psiquiatra autorizaron a Jung a hablar de un estrato del inconsciente más profundo que el inconsciente personal. Le llamó "inconsciente colectivo" y a sus disposiciones "arquetipos", imágenes primordiales. Estos arquetipos, que pueden aparecer en sueños y fantasías, independientemente de la experiencia individual, son, según Jung, sedimento de experiencias de la humanidad, en las que se reflejan hechos fundamentales de la experiencia humana. Nacimiento, muerte, relaciones sexuales, luchas, impulsos y principios formativos de los arquetipos. Son como órganos que expresan la situación individual bajo su aspecto humano general. cuando aparecen en el sueño como imágenes, tienen un efecto fascinante y anuncian un desarrollo futuro, que es aprendido y asimilado por el yo para ampliar la personalidad, para ir al encuentro del centro (el sí mismo), unir los extremos contrapuestos y desarrollar libremente las fuerzas creadoras del espíritu y el alma.
En esta imágenes de expectativa, de perspectivas abiertas al individuo, se expresan posibilidades de despliegue individual no vividas, no desarrolladas aún. Sea, por ejemplo, un hombre que no tiene en la conciencia la imagen de Dios, pero en sus estratos profundos hay un insatisfecho afán de religión. En este caso, una imagen de expectativa colectiva, primitiva, de fuerza divina, no comprendida por el yo, puede proyectarse en el prójimo. El prójimo es sobrevalorado ilimitadamente. En lugar de una verdadera relación, se forma una relación aparente que puede conducir a catástrofes, a decepciones que se presentan en forma de destino, que parecen provenir del exterior, aunque tienen su raíz en el interior, en la expectativa no asimilada. Jung expone estos hechos en la forma siguiente:
"La acción de las imágenes inconscientes tienen algo en sí de destino. Tal vez (quién lo sabe) son estas imágenes eternas lo que llamamos destino":
Es decir, C.G. Jung sitúa los factores determinantes del destino en el inconsciente colectivo. Ve a los arquetipos como una fuerza extraña al individuo. "Una acción desconocida y misteriosa, procedente del mundo no humano, penetra a veces y conduce al hombre a lo supranormal".
La medicina psicosomática, inquiriendo el aspecto de psicología profunda, muestra que hasta enfermedades infecciosas, consideradas como causa exterior, pueden estar íntimamente conexionadas con situaciones psíquicas interiores.
En los casos de personas que sufren repetidamente accidentes, sin que pueda comprobarse que tienen ellas mismas la culpa de lo que les ocurre (propensos a accidentes pasivos), conviene investigar la posible existencia en ellas de tendencias inconscientes que originan lo que, visto exteriormente, parece una incomprensible mala suerte.
El destino considerado por la psicología de la herencia
Una peculiar posición, situada entre la psicología de la herencia y l a psicología profunda, es la del análisis del destino, del psiquiatra húngaro Szondi, residente en Zurich. Szondi, basándose en los resultados de la psiquiatría de la herencia y el psicoanálisis freudiano, ha creado el concepto de un "inconsciente familiar". Se manifiestan en este inconsciente los impulsos instintivos de los antepasados. Esta acción dinámica del "inconsciente familiar" influiría decisivamente en la elección de consorte y de profesión, en el estilo de vida y hasta en tendencias criminales y en el modo de morir. Según esta hipótesis, el destino de los antepasados se continuaría en nuestro destino. Preciso es reconocer que hay notables ejemplos que corroboran esta tesis, pero la construcción teórica de un inconsciente familiar determinado por la herencia es discutible.
Carácter, destino y otras conexiones
todavía hay otros aspectos en el tema que cabría plantearse de ir más allá de las fronteras sancionadas por la Ciencia.
La astrología, por ejemplo, es un antiquísimo intento de la humanidad por descubrir el destino.
La quiromancia tiene análogo propósito. Busca en las líneas de la mano, además de las disposiciones innatas y del los rasgos del carácter desarrollado, indicios del posible destino.
En todas las épocas han sentido los hombres esta impenetrabilidad que hay en último termino de incomprensible y misterioso en el destino. En todo tiempo han debido reconocer, intentando luchar contra ella o aceptándola resignadamente, esta imposibilidad.
¿A qué se debe que todos los intentos de comprender el destino se detengan antes de llegar a lo más esencial, que no alcancen a explicarnos la forma en que actúa el destino sobre nosotros?
Se debe, tal vez, a que el destino, en el sentido existencial, es siempre enteramente propio del individuo, y en su calidad de esencia de la aventura de nuestra vida, no puede resolverse en conceptos y factores racionales.