Las agresiones psíquicas
No estoy tratando aquí de imponer un "principio de economía de hipótesis" (popularmente conocido como "navaja de Occam", por tratarse de un benedictino inglés, William de Occam, quien lo formulara allá por el siglo XIII) consistente - como sabemos dice el mismo- en apelar en primer lugar a las explicaciones más sencillas y, sólo para el caso que que éstas no agoten todas las manifestaciones a explicar, pasar a otras de mayor complejidad. Y digo que no apelaremos al respetable principio enunciado por el simple y perogrullesco hecho de que, en los terrenos fronterizos de la mente, ¿qué es, necesariamente y por fuerza de qué designio, más sencillo que otra cosa?. Uno puede pensar que los extraños golpeteos, cambios de temperatura y bultos que se menean en casas abandonadas, antes que tratarse de espíritus podrían remitirse, por imperio del principio de economía de hipótesis a una multitud de posibles explicaciones: chuscos dedicados a asustar al vecindario, humedad en los muebles, extrañas corrientes de aire de veleidoso desplazamiento... pero cuando lo complicado y "traído de los pelos" de estas "explicaciones" nos dicen que son casi forzadas a punta de pistola a encajar en los hechos, entonces la explicación de entidades inmateriales haciéndose notar resulta por fuerza de las circunstancias mucho más sencilla que ese sainete de razonamientos mecanicistas.
Lo que trato de decir es que la suposición de que una concatenación de fenómenos naturales es más sencillo que una aparición espiritual es sólo cuestiòn de perspectivas y paradigmas. A mí -aunque esto sea muy personal- siempre me pareció más sencillo (en el sentido de "menos complejo"), por caso, presumir la manifestación de un "paquete de memoria" (recuerden: tecnicismo que en Parapsicología reemplaza al vulgar "fantasma") que en una percepción disminuída multiplicada por psicosis colectiva entre un grupo de testigos de un "fuego de San Telmo" amplificado por la ionización coroidal de un toroide metálico asociado a la acción de personas desconocidas presumiblemente activando por control remoto un aparato de aire acondicionado en la vivienda" (juro que no miento: esta es la explicación que me dieron los escépticos de una popularizada manifestación "poltergeist" en la provincia donde resido).
Así que no se trata de hablar de "economía de hipótesis". Se trata de salvaguardar la propia estabilidad psíquica. Porque, amigos míos, sean conscientes, necesariamente conscientes, de algo importante: más allá de la fascinación y el interés que nos despierte el mundo de los fenómenos paranormales, en todo momento debemos ser cautos y objetivos, so pena de "infectarnos", psicológica o parapsicológicamente, de algunos de sus defectos.
En algún lugar he escrito que son más bien pocos los que se acercan a estas disciplinas por simple inquietud intelectual. El resto, una mayoría, lo hace dominado por tres pasiones: o se cree en posesión de algún don o misión particular, o necesita resolver urgentemente determinado problema, o quiere adquirir herramientas para imponer su voluntad sobre terceros. Es fácil, entonces, caer tanto v íctima de la manipulación del santón de turno como salir disparado al Parnaso de los que se creen elegidos. Una constante autoobservación, una buena de dosis de humor (hagamos las cosas con seriedad, no con solemnidad, pues ésta va de la mano de la rigidización y la fosilización de las formas y los pensamientos, y de allí al fanatismo el camino es muy corto) y un adecuado tiempo de reflexión antes de abrir la boca serán buenas medidas a tomar en cuenta.
En consecuencia, no podemos ser nosotros, que tratamos de aprender (para nosotros mismos y para nuestros seres queridos) formas de Autodefensa Psíquica, víctimas de lo que considero una de las peores enfermedades del espíritu humano: la excusitis. Una verdadera "infección del alma", que consiste en creer que siempre son "los demás" los responsables de nuestros problemas y desgracias. Nos quejamos del Gobierno, de la educación que me dio papá, de la sociedad, del barrio en que vivo... olvidando que el peor enemigo que enfrentamos en la vida es tan astuto, que nos distrae haciéndonos proyectar en otros nuestros males, mientras él yace oculto dentro de nosotros mismos. Quienes hayan leído mis reflexiones sobre La Sombra que anida en cada ser humano (y sobre la cual, sin duda, he de regresar) entenderán perfectamente a qué me refiero.
Todo esto apunta a señalar que en demasiadas ocasiones, cuando las cosas comienzan realmente a andar mal en la vida de uno, mucha gente sospecha de haber sido víctima de una agresión psíquica. Y es indudable -de no ser así, no tendrían razón de ser estas líneas- que en muchos casos puede serlo, pero no descuidemos atender que también existen concatenaciones de causas naturales para explicar las complicaciones que nos rodean. Más aún, la causa de nuestras desgracias bien puede seguir siendo espiritual, pero sin entrar necesariamente en el concepto de agresiones psíquicas: pésimas aspectaciones astrológicas o el propio Karma, por ejemplo, serían buenos ejemplos. Desde el punto de vista ocultista, verbigracia, una sucesión de problemas podría deberse, más que a una brujería, al imperio de la Ley de Serialidad.
Todos los eventos universales tienden a agruparse de acuerdo a su idéntica naturaleza.
La gente, por ejemplo, espontáneamente tiende a aglutinarse según idiosincrasias comunes y... ¿acaso ustedes no advirtieron que cuando algo en sus vidas cotidianas les sale bien, parece tener una "seguidilla" de aciertos y, por el contrario, después de un contratiempo parecen aglutinarse, a veces por varios días, novedades igualmente contrariantes?. Dicho de otra manera, los eventos favorables se agrupan en conjuntos favorables, y los eventos desfavorables lo hacen también en conjuntos desfavorables. Es en este contexto que se entiende con más precisión el sentido de disciplinas como el Tarot o la Astrología: tienden a orientar al ser humano hacia los conjuntos favorables o bien alejarlo de los desfavorables (y antes que me atosiguen con preguntas: sí, iremos, poco a poco, desarrollando estos conceptos también).
Así que es bueno saber dónde se encuentra uno psíquicamente parado. E importante - para aquellos que sean o proyecten ser parapsicólogos profesionales- al enfrentar la consulta de un caso de estas características. Porque, si nuestra formación psicologista es nula, ¿cómo distinguiremos a un enviado de lo Alto respecto de un esquizofrénico, a simple vista?.
Obviamente, este no es un articulo sobre Psicología Clínica. Pero conviene tener en claro algunos conceptos.
Por caso, saber que existen tres grandes grupos de problemáticas psicológicas, ámbito en el cual preferentemente no se habla de "enfermedades" sino de "alteraciones" o "disociaciones" de la personalidad o la conducta. Esta elemental pero descriptiva clasificación nos da, tácitamente, una herramienta para reconocer cada tipología de problemática.
Neurosis: existe neurosis cuando el individuo padeciendo alguna alteración, es consciente de ella (se da cuenta que la tiene) y busca hacer algo (correcto o incorrecto, es un detalle) para subsanarla. Va al médico, se toma unos días de vacaciones, aporrea una bolsa en el gimnasio, empieza a gritar o a llorar volitivamente, acude a un psicólogo o patea al gato después de romper algunos jarrones... Ciertamente en mayor o menor medida, todos somos neuróticos: eso no es un problema. El problema es si procedemos correcta o incorrectamente para manejarlo.
Psicosis: En las psicosis el individuo afectado cree que él está bien, es sano, y que los locos son todos los demás. Es el típico: "Mire, yo vine porque me trajo mi mujer, pero es a ella a la que tendría que atender". Generalmente el psicótico es el único verdaderamente incurable, precisamente porque, si no quiere aceptar su problema, no acepta someterse a tratamiento alguno.
Los esquizofrénicos son esencialmente psicóticos: construyen sus propios andamiajes intelectuales para justificar desde sus visiones a sus manías persecutorias (es el caso de los paranoicos: siempre encuentran una conspiración -esencialmente contra ellos mismos- detrás de cada árbol) y, dueños de una extraña pero afinada lógica paralela (son espontáneamente muy inteligentes) nos explican por qué quienes realmente estamos en problemas somos todos los demás.
Psicopatías: El psicópata, en cambio, sabe perfectamente que lo que hace está mal, pero no puede hacer nada para detenerlo, para remediarlo. Es el individuo que le dice a su médico: "Yo sé que no está bien matar gente; pero ciertas noches tengo unos deseos irrefrenables de salir a matar ancianitas...". Compulsivo, no puede ordenarse no hacer lo que en otras circunstancias odiaría. El sádico sexual es psicópata; muchos de ellos se suicidan para obligarse a interrumpir su serie de crímenes, muchos otros, conviven con el dolor de no querer haber sido lo que fueron, para citar sus propias palabras. En ocasiones, el maníaco depresivo es psicópata: sabe que está mal deprimirse, pero no puede hacer nada por evitarlo. El suicida, tampoco quiere morir, pero, según su extraño juego psíquico, debe hacerlo.
Así que, en muchas ocasiones de nuestra práctica de campo, hemos de encontrarnos con individuos que están completamente convencidos de haber sido v íctimas de algún hechizo, establecen extrañas asociaciones entre hechos inconexos de su vida y, si no alimentamos esa creencia, seguramente se alejarán desilusionados de nosotros buscando no quien les diga la verdad, sino quien les diga que lo que ellos creen es lo correcto, lo cual es muy distinto. Estaremos entonces frente a individuos con rasgos paranoides, necesitados de asistencia especializada más que de protección metapsíquica.
También frecuentemente hemos de topar con personalidades histéricas (es un problema mayoritariamente femenino, si bien se han detectado algunos casos en hombres; precisamente, su nombre vienen del vocablo griego hysterion, que significa "vagina") necesitadas de llamar masivamente la atención sobre sus personas, generalmente como forma de compensación de sus carencias afectivas. Tales, estarán permanentemente "embrujadas" por tal o por cual, y por cada demonio que les exorcisemos nos asegurarán que una docena o más esperan a las puertas de sus casas.
Así que nuestra primera tarea será observar a nuestros pacientes a la búsqueda de actitudes paranoicas o histéricas: si tales aparecen, más vale proceder con cautela.
Sin duda, algún alumno se preguntará si, ante personas con tales problemáticas, no podemos hacer algo por ayudarlas. Y aunque parezca no tener conexión lógica, permítanme colocar en el mismo plano otra situación previsible: cuando se necesita ayudar psíquicamente a alguien que, por ignorancia, escepticismo o temor, no desea ser ayudado.
Para ambos casos, la pregunta puede ser: ¿igualmente, podemos hacer algo por ellos?.
Ante un psicótico, no dudaremos, si es que conocemos las técnicas, en tratar de llevarle un poco de paz. Pero no para los demás casos, aunque esto parezca violar flagrantemente las tendencias bondadosas de quien haga la pregunta. Y me explico.
Supongamos que una consultante habitual mía me pide "proteger" a distancia -lo que es perfectamente posible- a un hermano, pero, claro, sin que él lo sepa, porque, digamos "es muy raro". Si bien una lectura humana pero superficial me llevaría a entender que siendo mi fin noble y positivo podría intentarlo, una consideración más atenta implica ciertas precauciones.
Ese hombre eligió no aceptar, no interiorizarse, no creer -llámenlo como quieran- en "estas cosas". Es una elección: en una época globalizada como la que vivimos, nadie puede seriamente argüir no haber tenido de una u otra forma, acceso a la posibilidad de saber algo más sobre algún tema que le interese. Ergo, la persona que opta por no "creer" en la Parapsicología o la Autodefensa Psíquica ejecutó una elección. Y el don más grande que Dios le ha dado al ser humano es, precisamente, el libre albedrío. La capacidad de optar. De elegir entre el bien y el mal. Entre lo correcto y lo incorrecto. Entre aceptar ayuda o rechazarla. ¿Y quién soy yo para violar una disposición divina?. ¿Cómo puedo sensatamente creer que mis intentos pueden vulnerar impunemente una ley de Dios?. Por consiguiente, o no puedo hacerlo, o, ejecutando también yo mi libre albedrío, sí hacerlo, pero ateniéndome a las consecuencias. Insisto: no basta con que la intención sea buena; deben ser correctos los procedimientos porque -repitamos a coro- el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones...
Así que a la hermana deseosa de ayudar secretamente a su pariente testarudo, deberé amablemente responderle que no, tratando de explicarle las razones. Tal vez las entienda, tal vez no. En cuyo caso, buscará otro especialista que sí, tal vez, ceda a sus ruegos. Y la buena intención, por atentar contra una emanación sefirótica de la Divinidad, trocará en una acción incorrecta. Y a ambos, autor intelectual y material, les toca -quizás sólo un poquitín- de deuda kármica.
Claro que el argumento de la violación del libre albedrío será despreciable para alguien que ponga en duda la existencia de Dios, sobre la cual se sustenta la teoría. Bien; Dios, Brhama o Consciencia Cósmica, dénle ustedes el nombre que deseen, no se trata sólo de fe y creencias, se trata también de evidencias -si se me permite la expresión- que, como reflejos distorsionados en un salón versaillesco, luego de rebotar sobre opacadas lunas nos sigue diciendo que allá afuera brilla la Verdad. Y sobre esas evidencias volveremos en próximas lecciones.
Agresiones Psíquicas no son solamente las originarias en grupos de práctica esotérica oscura, perturbaciones colaterales al desenvolvimiento de entidades espirituales varias o energías negativas pululando a nuestro alrededor. Agresiones Psíquicas nacen y se extienden dentro de los esquemas mentales ordinarios de nuestros grupos sociales.
Vivimos en un océano de energías. Somos, básicamente, energía organizada. Quizás ni siquiera eso sino más bien "información" en el sentido cibernético de la expresión. La distinción entre "cuerpo", "mente", "campo bioenergético", "cuerpo astral", "espíritu" y cuantas subdivisiones se discute y se seguirá discutiendo, es ilusoria. Grados distintos de organización de una única materia universal. Sólo si comprendemos, entonces, los Principios Fundamentales que los Antiguos nos han legado, advertiremos cómo la Autodefensa Psíquica no es un snobismo: es una necesidad. Porque de la lectura de las líneas que siguen, deviene la certeza de cuán natural y accesible le es al ser humano proteger o atacar, sanar o enfermar, construir o destruir mentalmente, sean con la mera obsesión, sea con un mechón de cabellos...