La Rana del Yang
Hace mucho tiempo, en los umbrales de la historia, más allá del reino de Tsiu, vivía un muchacho llamado Lié Pian, su padre era leñador y dentro de su pobreza vivían felices. Lié era el mayor de la familia y tenía apenas diez años, su hermano Huna tres y una hermana recién nacida, llamada Pay Hui, que en su idioma significa estrella.
A Lié le gustaba jugar en sus ratos libres a la orilla de un pequeño charco cercano a su casa, que era alimentado por un riachuelo de aguas cristalinas. Un día que paseaba por la orilla, escuchó un fuerte “croac” que producía una enorme rana que plácidamente tomaba el sol sobre un tronco seco.
Lié era atravieso como todos los chicos de su edad, sin detenerse a pensar el innecesario daño, lanzó una piedra con tal puntería que le atinó en una pata trasera, por supuesto que la rana se lanzó al agua de inmediato.
Contento se fue a su casa Lié, pero al paso del tiempo algo lo incomodaba, era el recuerdo del daño hecho a aquella rana tan grande, sin motivo alguno. Su obsesión creció. Y buscaba de viva voz a la rana por la orilla del charco, sin saber qué hacer. Un día se le ocurrió una idea, y fue a dejarle jugosos insectos precisamente sobre el tronco en que la había visto. Al día siguiente observaba que los insectos desaparecían pero nunca veía a la rana.
Lié creció, y ayudaba a su padre en el oficio; sin dejar jamás pasar un día en que no dejara algún grillo sobre el tronco en donde había lesionado a la rana, y un buen día, cunado menos lo esperaba la vio, precisamente como la primera vez, con cuidado se acercó a ella, y la rana no se movió. Ahí mismo sin saber si ésta le entendía le pidió perdón, y le dijo lo que su corazón sentía. La rana sólo contestó con un “croac” con pesadumbre y tristeza observó que la rana sólo tenía tres patas, que le faltaba precisamente la que había lesionado la piedra.
Lié se hizo hombre se casó y tuvo muchos hijos sanos y fuertes. Construyó su casa a la orilla del charco, ahí donde vivía precisamente la rana de las tres patas. Y platicaba a diario con ella de todo cuanto le acontecía, aunque la rana sólo le contestaba con un “croac”.
Y un día el más chico de sus vástagos enfermó, y pese a todos los cuidados no se curaba; y Lié gastó sus ahorros en medicinas, pues después vendió cuanto tenía de valor.
Al fin y a base de ruegos consiguió que un eminente médico auscultara a su hijo, quien le dijo a Lié, que era una medicina rara y costosa la que éste necesitaba, y que si no la tomaba antes de la luna nueva, su hijo moriría. Lié que era pobre y ya no tenía nada de valor, entró en depresión y no sabía qué hacer. Por supuesto que todo eso se lo platicó a su amiga de tres patas, quien le contestó con un “croac”.
La rana, que era muy vieja, sabía que el charco mantenía un secreto, había en él un tesoro que hacía muchos lustros unos bandoleros habían ocultado cuando huían de las tropas del rey. Los bandoleros fueron muertos y el tesoro quedó abandonado en el fondo.
Y precisamente la luna brillaba en todo su esplendor cuando Lié, su esposa y sus otros hijos, resignados, miraban como el infante agonizaba, pues nadie tenía dinero para prestarles y comprar la medicina.
En eso un fuerte croac se escuchó, y todos vieron con estupor, como una rana grande entraba a la casa, y en su hocico traía una moneda de oro.
Lié entendió que era su amiga que venía a ayudarlo, de inmediato compró la medicina, y su hijo se alivió.
Por eso, desde entonces, todos los descendientes de Lié, que ahora son muchos, veneran a la rana de tres patas, quien cada luna nueva le llevó a Lié una moneda de oro en su hocico, y que éste guardó prudentemente en su vasija de la fortuna, junto a sus ahorros, utilizando las monedas solo en caso de apuro.
Lié vivió hasta ver su cuarta descendencia, viviendo feliz y tranquilo, rodeado de abundancia en compañía de su familia y de su amiga la rana de tres patas.
La rana de tres patas
Es tradición que la rana de tres patas te atrae la buena fortuna, el dinero, consigue una y colócale a un lado de la puerta principal, como si acabara de entrar.
Pon en su hocico una moneda y cámbiala cada luna nueva por otra. Guarda la anterior en tu vasija de la fortuna. Si cobre pones, cobre te traerá, si plata le pones, plata no te faltará. Si oro pones, oro no te faltará…
Si te regalan o compras una rana de tres patas y observas que no cabe en su hocico la moneda precisa que tú quieres colocarle, límale hasta que quepa. Eso quiere decir que la fortuna no quiere llegar a ti, oblígala.
Jamás la coloques con la moneda mirando hacia la puerta, pues según la tradición, la fortuna te abandonará.
Si te es más propio, colócala a un lado de la puerta de tu recámara, y al levantarte diariamente la verás llegar con la prosperidad, y sobre todo, te recordará disciplina económica.
Esta alegoría, muy del feng shui, debemos entenderla en su contexto más amplio, que es aquél que nos indica, y recuerda, cada mañana, que el ahorro constante es la clave de la riqueza futura. Iniciando desde que despertamos, economizando luz, agua al bañarnos, gas al preparar alimentos.
Renunciando durante el día a los antojos. El sacrificio y la limitación diaria, con el tiempo, trae aparejada la prosperidad.
Si ahorras, por poco que sea, tarde o temprano se presentará la oportunidad de comprar los satisfactores indispensables y hasta los superfluos.
Si cada luna nueva cambias la moneda de la rana de tres patas, y la ahorras, donde no puedas perder, pronto tendrás llena tu bolsa y tu vasija llena.