El placer de morir
"Ven muerte tan escondida que no te vea, no vaya ser que el placer de morir me vaya a dar la vida" Sta. Teresa de Jesús
Pasados cuarenta años desde que un estudiante de medicina, llamado Raymond Moody jr, reveló el resultado de sus entrevistas con quienes declaraban sus experiencias cercanas a la muerte, se conoce, prácticamente en todo el mundo, lo que sucede -o puede suceder- cuando una persona clínicamente muerta -según la terminología médica- asciende a una nueva dimensión. Tal vez los aspectos más significativos de esta teoría no sean el vuelo del espíritu al techo del dormitorio, el recorrido por un túnel a velocidad vertiginosa, el encuentro con un "ser de luz" y la visión acelerada de su vida, sino la sublime esperanza de su Inmediata trascendencia a un plano superior, así como el hecho de que el paso a la muerte sea placentero en un grado excelso.
Para Collin Wilson, autor de Destellos de una realidad más amplia, esa traslación se realiza acompañada por "una experiencia de gran alegría". En su obra Conclusiones de la moderna investigación de la conciencia, Charles T.Tert acepta como inapelable la confidencia de Stafford según la cual, al traspasar el último lindero, "se hallaba en un éxtasis de bienaventuranza que jamás había experimentado anteriormente". Stephen Levine confiesa en ¿Qué es lo que sobrevive?, que "ese momento es indescriptible: el nacimiento y la muerte se desvanecen como burbujas en el agua, como pensamientos en la mente, dejándonos con una serena certeza de que sobrevivimos".
Según Michael Grosso, "algunos investigadores han propuesto que la intensa alegría, profunda comprensión y amor pueden deberse a la presencia de endorfinas". Es posible y hasta admirable, pero en tal caso no encontraríamos palabras para calificar a un gran teólogo orensano que ya en el siglo XVIII se atrevió a asegurar que "tan lejos está la muerte de ser dolorosa, que los que han sido retirados de ella medio muertos han afirmado que, después de haber perdido enteramente el juicio, no les había quedado otra sensación que cierto placer".
Lo cierto es que ya Aristóteles y Cicerón nos representan la muerte que proviene de la senectud como exentas de dolor. Platón, en su Tineo, a quien sigue Cardano, afirma que la causada por desfallecimiento "es acompañada de deleite", y más aún: que las muertes violentas "no son desposeídas de un sentimiento de placer", en tanto nuestro Feijóo relata cómo un delincuente librado con vida de la horca después de que el verdugo cumpliera su oficio, decía que "al punto que le habían arrojado de la escala, le pareció ver un gran fuego y, luego, unos paseos o sitios muy amenos. Otro, cuya cuerda se rompió por tres veces, afirmó que, socorriéndole, le habían privado del gozo de ver una especie de luz o resplandor sumamente agradable".
Todos conocemos a quienes viven con un irreprimible miedo, más que al episodio inevitable de morir, al inmenso dolor que, según su apreciaciones o experiencias, les aguardan en el instante del tránsito. Ahuyentar definitivamente esos temores infundados es lo que nos ha movido a la exhumación de Feijóo. Si alentar, al menos, la duda puede contribuir a vencer ese miedo insoportable que desde hace más de veinte siglos fue incrustado en la mente de los pobres de espíritu, nos habremos dado por satisfechos.
Algunas cosas que suceden después de la muerte:
- -Cuando muere una persona, el oído es el último sentido en perderse, el primero suele ser la vista, seguido del gusto, el olfato y el tacto.
- -Una cabeza humana permanece consciente de 15 o 20 segundos después de haber sido decapitada.
- -Ahora lleva más tiempo la descomposición del cuerpo debido a los conservantes de los alimentos que comemos hoy en día.
- -El creador de Star Treck Gene Roddenberry, fue la primera persona en poner sus cenizas en un cohete y ser ‘enterrado’ en el espacio.
- -Kenji Urada, trabajador de una compañía japonesa, se convirtió en la primera víctima mortal de un robot en Julio de 1981, en una fábrica de coches.
Casos extremos
Bacón, canciller de Inglaterra, refiere que un caballero inglés, que por experimentar sensaciones fuertes se ahorcó, cuando le quitaron la soga al borde de pasar al otro lado, dijo que "sin sufrir dolor alguno, al principio había percibido como incendios, luego tinieblas y, finalmente, colores azules y pajizos".
Como ya sabemos que hay gente para todo, el Bajá Achmet le pidió al verdugo encargado de ejecutarlo que le dejara "gustar la muerte", aflojando el cuerpo después de apretar, para acto seguido quitarle la vida en un segundo trance.
De insólita fue calificada la actitud del que mató al Príncipe de Orange: el asesino lloró cuando lo llevaban al suplicio, pero, en cambio, al llegar la hora dio en reír placenteramente "viendo caer un pedazo
A El fraile benedictino Jerónimo Feijoó ya trató siglos antes que Moody este asunto, desde el punto de vista de aquellos que de sus carnes sobre unos de los que le asistían". Pero no es el único; otra ejemplo lo tenemos en el místico o demente don Miguel Manara, que tuvo un acceso de risa en el momento de expirar