La Macumba. Las Ceremonias
Las diversas formas de Macumba ciertamente tienen ceremonias distintas en algunos aspectos, pero quizás las formas más clásicas sean las de la Macumba de Umbanda, que algunos clasifican como Candomblé Afrocaboclo, pues se muestra abierta a los dioses según la tradición bantú, sudanesa y tupí-guaraní.
La primera ceremonia en un Terreiro de Umbanda es la consagración del lugar, para dotarlo de la fuerza espiritual y purificarlo de las cargas fluídicas de los que trabajaron en su construcción y de las “emanaciones groseras” de los materiales empleados en ella. Esto se hace mediante abundantes y copiosas fumigaciones acompañadas de cánticos y danzas rituales. Es un proceso largo y lento, que puede tomar varias semanas pues para su buena realización debe hacerse concordar días de la semana con fases de la luna. Una vez purificado el Terreiro, en el centro del espacio de danzas, en el “Paraíso”, se entierra el Axé, es decir el conjunto de idolillos que representan al Orixá a quien se consagra el Terreiro y sus falanges espirituales. Encima del Axé se planta un mástil llamado “Ixé”, que lleva en su parte superior el símbolo del Orixá titular del templo.
En tercer lugar se procede a instalar el Peji o Congá, el Santuario Secreto, lo que implica una serie muy larga y complicada de rituales diversos, ya que cada Orixá reclama sus propias danzas, cánticos y liturgias.
Por último se disponen, en un orden intuitivamente diseñado por el Babalao, los objetos de culto previamente purificados y consagrados.
Fuera de la construcción principal, se consagra y purifica también el Infierno, para que los Exú no se sientan postergados. El Purgatorio de las Ánimas de los Difuntos puede esperar y a veces conviene que así sea a que se haya efectuado la primera “Mesa” de Umbanda al Orixá.
Veamos, entonces, las jerarquías de los que participan en la “Mesa” de Umbanda, tanto hombres como mujeres:
Hombres y mujeres. El Babalao, o Babalorixá.
Se le llama también “Padre del Santo”, aunque ello no significa que se suponga que el Orixá sea hijo suyo o que él sea hijo del Orixá. Se le llama también Príncipe de Umbanda y Pagé.
Ialorixá, o Madre del Santo, es Princesa de Umbanda y tiene los mismos deberes y atribuciones que el Babalao.
Solamente le está vedado ejercer las prácticas adivinatorias con el “Rosario de Ifá” (*5).
(*5) Rosario de Ifá: instrumento africano consistente en una cuerdecilla en la que van ensartados caracoles o nueces, y que al sacudírsele produce distintas combinaciones de piezas boca arriba o boca abajo, que son interpretadas adivinatoriamente por el Babalao.
Sus deberes son:
- 1) Dejarse poseer por el Orixá patrono del Terreiro. Identificar a los espíritus que se manifiestan en los trances.
- 2) Atender los “Ídolos del Peji” y trazar los símbolos mágicos con Pemba o carbón según el caso.
- El Babalao o Babalorixá deberá también trazar los signos “pontos riscados” correspondientes a cualquier ceremonia, sesión de trance, rito o sacrificio que se realice.
- 3) Explica la doctrina y la predica. Vigila el comportamiento de los médiums durante los trances, y las actuaciones de sus ayudantes.
- 4) Preside las ceremonias de sacrificios, diagnostica enfermedades y prescribe remedios. Instruye, prepara y da la iniciación a los médiums, lanza y deshace hechizos y adivina el futuro mediante los “Buzios” (*6) y el Rosario de Ifá.
(*6) Buzios: ciertos caracolillos de mar considerados poderosamente mágicos. La adivinación por Buzios goza de alto prestigio.
A las órdenes de Babalorixá o la Ialorixá, se encuentran los Ogán y las Yibonán. El Ogán Calofé es llamado también el “Padrino del Terreiro” y su situación jerárquica es sólo un poco inferior a la del Babalorixá.
Ogans y Yibonans son auxiliares directos del Jefe del Terreiro y sus deberes son actuar como sacristanes en la preparación y ejecución de las ceremonias. Dirigir las danzas de introducción al trance colectivo. Entonar los versículos cantados (pontos cantados) y ejecutar los sacrificios cruentos.
El Ogán Alabe tiene también una posición importante, ya que es el jefe de los Ogán Nilus, los batidores de los grandes tambores rituales llamados “atabaques” (atabales).
Después vienen los cambondos y las sambas, llamados también “hijos” e “hijas de Santos”, quienes se ocupan de abrir y cerrar las puertas del Terreiro; servir al Babalao; auxiliar a los médiums (los hombres a los hombres y las mujeres a las mujeres) durante las sesiones de “trance”. Cantar y danzar.
Entre las más altas categorías de mujeres en la Umbanda están: la “Yalaxé”, especialmente encargada de ayudar al Babalao en el cuidado de los ídolos del Congá, así como la “Yabassé”, que es la cocinera encargada de la “comida de los Orixá”.
¿Cómo llegaron estos dioses negros al Brasil?
El cálculo más prudente estima que los barcos negreros condujeron a Brasil aproximadamente tres millones de negros sólo entre los siglos diecisiete y diecinueve.
Los principales focos de distribución de los esclavos fueron: Bahía, Río de Janeiro, San Pablo, Pernambuco, Alagoas, San Luis de Marañón y Minas Gerais.
Así fue como los dioses negros llegaron a Brasil en las bodegas de los barcos negreros, entre grilletes, llantos, hambre, angustia, dolor y nostalgia por la tierra perdida. Esa “saudade”, pariente tan cercana de la “morriña” que tantos en América conocen.
El sincretismo religioso, la mezcla del animismo africano (yoruba, nagó, egbá, ketu, mandingos, etc.), el cristianismo de los conquistadores portugueses y los “caboclos” (caciques) de los autóctonos tupí-guaraní, produjo esta verdadera amalgama de religiones que han dado como consecuencia la Umbanda, la Kimbanda, los grupos espíritas (Monjes Tupyaras) y la acendrada fe en las centenares de iglesias católicas de las ciudades del Brasil (El verdadero Hijo Mayor de la Iglesia, por ser el país católico más grande de la cristiandad, así como lo fue un tiempo Francia, la hija Mayor de la Iglesia).
Sin embargo, en el Brasil del siglo XXI que recorren millones de turistas, tal vez lo que más resalte sea Umbanda. Las Macumbas que abandonaron los “terreiros” tradicionales y que hoy invaden desaprensivamente los Parques de Flamengo, las “cachoeiras” (cascadas) de la Foresta de Tijuca, las faldas de la Ladeira de Gloria o los conspicuos cruces de calle de la elegante Ipanema, o las orillas de la Lagoa (laguna Rodrigo de Freitas).
Río de Janeiro, una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, ve al amanecer como se apagan las velas de las ofrendas hechas la noche anterior a los Orixá y, a veces, también, a los Exú. Todos pasan junto a ellas como pretextando que no las ven, pero se cuidarán muy bien de acercarse demasiado.
Y al llegar el día de Año Nuevo, esa noche del día 31 de diciembre, la noche de San Silvestre, se reunirán millones de personas en la playa de Copacabana a esperar al año que se inicia hasta que aparezca el primer rayo de sol en el horizonte oriental del Atlántico, mirando el lugar de donde llegaron los dioses negros... Entre tanto, millares de muchachas vestidas de blanco y celeste arrojarán flores al mar en un homenaje a Yemanyá.
En la playa, en medio de la arena, se irán apagando las velas y sólo quedarán las botellas de “cachaca” como recuerdo de las macumbas que recibieron el nuevo año.