La Macumba. Un sincretismo religioso
“Qué bella está la noche, qué bonita la luz de la luna, Exú Paloma Negra, ¡Ven a trabajar!”. Un joven blanco, de finas facciones germánicas, repite la invocación dos veces. Es media noche de viernes y la luna está en cuarto creciente. El lugar es una “encrucijada hembra”, es decir, el punto en que un camino se bifurca en “Y”.
Luego de lanzar sus invocaciones, sitúa en el centro geográfico de la encrucijada algunas ofrendas especiales: una torta de maíz amarillo, una botella de “cachaca” (o aguardiente de caña), un cigarro (puro, tipo habano) y una caja de fósforos. Descorcha la botella, a la que previamente ha quitado la etiqueta, y abre la caja de fósforos, mientras murmura: “Os hago esta ofrenda para que se despejen mis caminos y mis deseos se realicen”.
Volverá a cantar en seguida: “Salve, Paloma Negra, salve, Exú mujer, que te encuentras en la encrucijada y haces cuanto te da la gana”.
Finalmente dirá como despedida: “Así como en la encrucijada haces tú lo que te da la gana, así también se cumpla lo que yo estoy queriendo. Exú Paloma Negra, en ti confío”.
Dicho esto, el joven se marchará lo más a prisa que pueda:
Los Exú son unos demonios peligrosos, poderosísimos y muy volubles, con un sentido del humor a menudo escalofriante. Sobre todo los de naturaleza femenina, aquellos que la tradición europea llamaría “súcubus”.
Nuestro protagonista, al que invocamos a partir de personajes reales que hemos conocido en los “terreiros” de Umbanda de Río de Janeiro, ha cumplido la etapa final de una brujería destinada a seducir a una vecinita casada que jamás le ha dado esperanza alguna de ceder a sus invitaciones. El ritual que sigue se basa en el grimorio “Pratica de Umbanda”, de Oliveira Magno, y corresponde a “magia blanca” o de humareda a la derecha, pues la Umbanda proclama que no se presta para hacer cosas malas.
El objeto del hechizo es que la chica ya no desee seguir fiel a sus pudores ni a su marido, y llena de lasciva curiosidad quiera lanzarse a los brazos de su ilícito pretendiente. Puesto que la joven actuará según sus deseos, no habrá nada de malo en ello... excepto desde el punto de vista del marido.
Pero éste podrá también poner las cosas en orden mediante otro hechizo. Si quiere actuar según la magia blanca de la Umbanda, podrá hacer que su mujer se vea libre de deseos inconvenientes y vuelva a ser la esposa fiel y pudorosa de siempre. Pero si anida en su pecho sentimientos malvados y vengativos, entonces no podrá recurrir a la Umbanda. Tendrá que acercarse a un “terreiro” de Kimbanda donde se practican hechizos de humareda a la izquierda. Con ayuda del Babalao, podrá lograr que el seductor se vea súbitamente reducido a la más vergonzosa impotencia, o que se aficione a las satisfacciones propias de mujeres, o quizás le dará viruela, se ahogará en el mar o se le infectará mortalmente una simple picadura de mosquito.
Pero cuidado... porque la posibilidad de que el seductor tome gustos femeninos, podría también conseguirse por hechizos de Umbanda... siempre que el hombre se sintiera contento de ello y no experimentara la sensación de ser arrastrado a vicios que íntimamente abomina. Por su parte, si la esposa siente que su aventura ha dañado su relación conyugal y que su marido ya no la quiere como antes, podrá también normalizar la situación recurriendo a la magia blanca. Total, así quedarán todos contentos. Exús y Orixás habrán permitido que un poco más de placer sexual sea disfrutado en esta amarga vida, y habrán al mismo tiempo evitado una tragedia.
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Detalle de Altar de Umbanda
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El sentido moral que separa la magia blanca de la negra, la “fumaça a direita” de la “fumaça a esquerda”, dista mucho de ser una categorización cristiana, y atiende más bien a distinguir entre los hechizos que causan sufrimientos y los que causan bienestar. Para los teólogos de la macumba, el hombre es un ser imperfecto que dispone de numerosas vidas sucesivas para ir corrigiendo parsimoniosamente sus debilidades y miserias hasta alcanzar la “plenitud divina” que consiste en adquirir conciencia de nuestra condición humana que es ser una partícula viva en el cuerpo infinito de Dios.
De acuerdo al Candomblé y la Umbanda (formas de la macumba) los pecados que ocasionan degradación espiritual son el egoísmo, el odio, el rencor y la venganza, la avaricia y la ambición desmedida. En cambio, la lujuria, la glotonería, la borrachera y la irresponsabilidad son pecados menores, cuyo efecto karmático no es demasiado retardatorio. Otros pecados de extrema gravedad son el quebrantamiento de secretos, la violación de juramentos y los actos blasfemos contra las cosas sagradas.
Una ética tosca para los que hemos crecido en una cultura europea, judeo cristiana; pero tras ella las hebras de un pensamiento muy antiguo son hiladas muy fino. No es posible comprender la hechicería de la Macumba ni la del Vudú sin aceptar previamente que para una vasta porción de la humanidad es posible y es consistente basar los conceptos de Bien y Mal en una categorización que va entre el bienestar y el sufrimiento en esta vida, sin postular ni un Cielo ni un Infierno.
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Detalle de Altar de Kimbanda
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Una Extraña Sinagoga
“Macumba” es una palabra bantú cuyo significado equivale al de la “Ecclesia” griega: reunión, asamblea. Por extensión, es también “Sinagoga” en idioma griego, que significa el estar reunidos, con énfasis en lo espiritual. Con la palabra Macumba los afro-americanos expresan una forma propia y peculiar de religiosidad que incluye el culto diferenciado a: 1, el Supremo Hacedor; 2, a ciertos dioses, expresiones divinas, energías dotadas de carácter y voluntad, ángeles y demonios o espíritus de la naturaleza; y, 3, a las ánimas o espíritus de los muertos.
Con un poco de pedantería, el antropólogo inglés Geoffrey Parrinder ha intentado ajustar los sentimientos religiosos negros a términos cristianos, separando los ritos y cultos en: “Latría” hacia el Dios supremo, como entre los europeos; “Hiperdulia” hacia los dioses, demonios o espíritus de la naturaleza, como hacen los católicos hacia la Virgen María; y “Dulia” hacia los espíritus de los muertos, como lo hacen los católicos y otros grupos cristianos respecto de los Santos.
Resulta una comparación harto forzada e inexacta, que muestra un deseo demasiado intenso de hacer aparecer a las religiones africanas como algo que no es vergonzoso ni depravado, ni una estupidez de salvajes ignorantes. En verdad, la Macumba no necesita defensa. En un mundo verdaderamente culto, tiene su lugar propio y legítimo entre las proposiciones religiosas de las diversas razas y culturas que componen la humanidad.
Ante la mirada, digamos, de un muslim podríamos encontrarnos con que:
Los budistas tienen ritos orgiásticos y depravados, lo mismo que los hindúes, en lo tántrico y el yoga de Kundalini.
Jehová es ávido de sacrificios humanos, como lo expresa el Deuteronomio en el Capítulo 20.
La licuación de la sangre de San Genaro, los Penitentes flageladores, los Estigmatizados de Cristo y las “Mandas” a las Ánimas del Purgatorio, son magia y paganismo.
En fin, cada religión y cada cultura tiende a calificar desdeñosamente a las que considera sus rivales, y siente que sus proposiciones son superiores, más válidas, y para demostrarlo despliegan sus abanicos de argumentos teológicos, morales y científicos. En el caso de la Macumba, sin embargo, parece notarse una suerte de complejo racista. Incluso algunos conspicuos macumberos sufren de aquellas ansias “civilizadoras” de la religiosidad de raíces negras.
La palabra “Umbanda”, en lengua de los “umbundu” (bantúes) de Angola central, significa “hechicero”, “hechicería” y “lugar de culto”, además de otras connotaciones sutiles.
Pero el primer Congreso de Espiritismo en Umbanda (Río de Janeiro, 1941) y muchos otros macumberos de nota, han hecho acrobacias filológicas para postular que “Umbanda” es una palabra en idioma sánscrito y que viene de las palabras “Aum” (Om), con la que se invoca al espíritu de la Santísima Trinidad hindú, la Trimurti, y “Bandah” que significa, como “banda” en castellano, una cinta envolvente o una agrupación belicosa.
De ésto, deducen que Umbanda querría decir “Unión con Dios” o “Tropa de Dios”. Resulta pintoresco pero no convincente, si prestamos atención a las estructuras que el idioma sánscrito da a sus palabras compuestas, y que es diferente. Si Umbanda fuese sánscrito, también “Majareta” podría serlo: Maha significa “grande”, “excelso”, y Reeta significa “Orden Cósmico”. De modo que Majareta, en vez de significar “chiflado” significaría “excelso orden cósmico”. Pero sabemos a ciencia cierta que la palabra majareta no es sánscrito.
Lo único que puede permitirnos una acercamiento objetivo a los misterios de la macumba es aceptarla tal como es. Y para lograrlo podemos comenzar por describir el “Terreiro”, su Sinagoga y Templo.
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El Terreiro
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El Terreiro es un terreno bien cercado con un edificio rodeado por un patio razonablemente amplio. En él hay tres zonas muy diferenciadas que suelen llamar “Paraíso”, “Purgatorio” e “Infierno”, en el lenguaje cristianoide que se utiliza en la macumba. El edificio principal es el Paraíso y pertenece al Orixá o Santo.
Consta de una gran sala con piso de tierra apisonada y por lo general ornamentada pobremente. Es el lugar de las danzas y los trances mediúmnicos. Una zona pequeña, a un lado, está destinada a la Orquesta Sagrada. Al fondo o en un rincón está el altar “exterior”, visible para todos. El otro altar, secreto, se llama “Peji” o “Congá” y se encuentra en un cuarto contiguo. Es el santuario.
En el Congá hay un altar bajo, escalonado, donde se encuentran las estatuillas de los Orixá que impropiamente se han llamado ídolos o fetiches. Las estatuillas son importadas directamente de África, labradas por hechiceros en determinadas maderas como la caoba africana o el Iroko, una madera parecida al roble, de hermoso color rojo oscuro. Cada estatuilla se encuentra sobre su “Otá”, una peana de piedra también labrada con los signos propios del Orixá. Junto a cada otá hay recipientes valiosos, hechos de cerámica, llenos de agua de lluvia o de manantial, marcados con los signos del Orixá correspondiente con una tiza especial llamada “pemba” que es también importada de África, donde se la elabora siguiendo rituales mágicos y sin que entren en contacto con ella más que obreras vírgenes.
Ante cada “ídolo” hay un plato con la comida sacramental que el Orixá prefiere, además de frutas frescas. En el suelo, limpio como un espejo, se distribuyen cráneos de animales sacrificados (se dice que de vez en cuando se encuentra algún cráneo humano) así como toda la variedad de instrumentos de culto.
Para penetrar en el Peji o Congá es preciso haber realizado antes actos sexuales y luego haberse purificado mediante un baño especial. Las mujeres que se encuentran en su período menstrual no pueden siquiera mirar en dirección a la entrada del santuario secreto.
Dicen los miembros de la Umbanda que permanecen solos en el Terreiro, que los Orixá conversan frecuentemente entre sí cuando se encuentran a solas. Se pueden escuchar sus voces que suenan como gemiditos o vagidos de cachorros.
Fuera del edificio principal, se encuentra otra construcción, menor. Es el Purgatorio, la Morada de las Animas, y tiene la forma clásica de un pequeño mausoleo o bien de una capillita de cementerio. Allí se depositan las ofrendas a los recién fallecidos y a los antepasados.
Finalmente, el Infierno es una construcción diminuta situada a la izquierda de la entrada principal del terreiro, según se entra en él. Su aspecto recuerda al de una caseta de perro. Allí moran los Exú, dioses de carácter demoníaco y sumamente poderosos. Según el célebre macumbero Oliveira Magno, “... este planeta en el que vivimos pertenece a los Exú”. Frente a la morada de los Exú debe depositarse diariamente platillos de comidas sagradas de acuerdo a las preferencias de sus moradores.