Historia de la magia por Eliphas Levi 2ª Parte
Así gritan al unísono las tradiciones de los santos, así gritan los corazones fieles. Atribuir grandeza alguna a un espíritu caído es calumniar a la Divinidad; atribuir realeza alguna al espíritu rebelde es estimular la rebelión y ser culpable, al menos con el pensamiento, del delito que el horror de la Edad Media denominó hechicería. Pues todas las transgresiones que, en los viejos hechiceros, merecieron muerte, fueron crímenes reales y, en verdad, crímenes máximos. Robaron el fuego de los cielos, como Prometeo; cabalgaron sobre dragones alados y la serpiente voladora, como Medea; envenenaron el aire respirable, como la sombra del manzanillo; profanaron las cosas sagradas e incluso el cuerpo del Señor en obras destructivas y malévolas.
¿Cómo es posible todo esto? Porque hay un medio compuesto, un medio natural y divino, a un tiempo corpóreo y espiritual, un dúctil mediador universal, un receptáculo común de las vibraciones móviles y las imágenes formales, un fluido y una fuerza que, en un sentido al menos, puede llamarse imaginación de la Naturaleza. Por mediación de esta fuerza cada aparato nervioso se comunica secretamente; de allí derivan la simpatía y la antipatía, los sueños, los fenómenos de la segunda visión y de la visión extranatural. Este medio universal de las obras de la Naturaleza es el Od de los judíos y de Reichenbach, la Luz Astral de los martinistas, denominación ésta que preferimos como la más explícita.
La existencia y empleo posible de esta fuerza constituyen el gran secreto de la Magia Práctica; es la Vara Taumatúrgica y la Clave de la Magia Negra. Es la Serpiente Edénica que transmitió a Eva las seducciones de un ángel caído. La Luz Astral calienta, ilumina, magnetiza, atrae, rechaza, vivifica, destruye, coagula, separa, interrumpe y une todo, bajo el ímpetu de voluntades poderosas. Dios la creó el primer día cuando dijo: "Hágase la luz". Esta fuerza es ciega, de por sí, pero la dirigen los Egrégores, es decir, los jefes de las almas o, en otras palabras, los espíritus energéticos y activos.
He aquí la completa teoría explicativa de los prodigios y milagros. ¿De hecho, cómo podrían el bien y el mal, por igual, obligar a la Naturaleza a revelar sus fuerzas ocultas? ¿Cómo podrían existir milagros divinos y diabólicos? ¿Cómo podría el espíritu réprobo e involuntariamente revelado tener más poder en ciertos modos y casos que el espíritu justo, que en verdad es tan potente en simplicidad y sabiduría, a no ser que postulemos un instrumento que todos pueden usar, bajo ciertas condiciones, pero algunos para el gran bien y otros para el gran mal?
Los magos del Faraón realizaron, al principio, los mismos milagros que Moisés. El instrumento que empleaban era, por tanto, el mismo: sólo difería la inspiración; cuando se declararon vencidos, proclamaron que, para ellos, los poderes humanos habían alcanzado su límite, y que en Moisés debía existir algo sobrehumano. Esto tuvo lugar en Egipto, madre de iniciaciones mágicas, tierra donde todo era ciencia oculta, instrucción jerárquica y sagrada. Sin embargo, ¿era más difícil hacer aparecer moscas que ranas? Con seguridad, no; pero los magos sabían que la proyección fluídica mediante la cual los ojos pueden ser magnetizados no puede avanzar más allá de ciertos límites, y estos ya habían sido superados por Moisés.
Ocurre un fenómeno particular cuando el cerebro está congestionado o sobrecargado por la Luz Astral; la vista se vuelve hacia adentro, en vez de hacia afuera; cae la noche sobre el mundo externo y real, mientras brilla un resplandor fantástico sobre el mundo de los sueños; hasta los ojos físicos experimentan un leve temblor y se vuelcan hacia arriba debajo de los párpados. Entonces el alma percibe, por medio de imágenes, el reflejo de sus impresiones y pensamientos. Esto equivale a decir que la analogía subsistente entre la idea y la forma atrae, en la Luz Astral, un reflejo que representa esa forma, siendo la configuración la esencia de la luz vital; se trata de la imaginación universal, de la cual cada uno de nosotros se apropia una parte menor o mayor según nuestro grado de sensibilidad y memoria. Allí está el origen de todas las apariciones, de todas las visiones extraordinarias y de todos los fenómenos intuitivos peculiares de la locura o el éxtasis.
La apropiación o asimilación de la luz por parte de la sensibilidad clarividente es uno de los máximos fenómenos que la ciencia puede estudiar. En un tiempo venidero podrá entenderse que ver es, en realidad, hablar, y que la conciencia de la luz es un crepúsculo de la vida eterna del ser, la palabra de Dios Mismo, Quien crea la luz, y que es pronunciada por toda inteligencia que concibe las formas y busca visualizarlas. "Hágase la luz". La luz en forma de resplandor sólo existe para los ojos que la miran, y el alma enamorada del desfile de la belleza universal, fijando su atención en el luminoso escrito del libro interminable que se llama las cosas manifiestas, parece gritar, por su parte, como Dios en la alborada del primer día, las palabras sublimes y creadoras: Fiat lux.
No todos vemos con los mismos ojos, y la creación no es para todos la misma en color y forma. Nuestro cerebro es un libro impreso por dentro y por fuera, y ante el mínimo grado de excitación, el escrito se borronea, como ocurre continuamente en casos de embriaguez y locura. Entonces, la ensoñación triunfa sobre la vida real y hunde a la razón en un sueño que no sabe de despertar. Este estado de alucinación tiene sus grados; todas las pasiones son embriagueces; todos los entusiasmos son manías comparativas y graduadas. El amante sólo ve perfecciones infinitas en torno del objeto que lo fascina. Pero, ¡oh infeliz infatuación de los voluptuosos!, mañana este olor a vino que hoy los seduce se convertirá en repugnante recuerdo, causante de miles de aversiones y ascos.
Comprender el uso de esta fuerza, sin jamás ser obsesionado ni poseído por ella, es pisotear la cabeza de la serpiente, y esto es lo que aprendemos de la Magia de la Luz; en tales secretos están contenidos todos los misterios del magnetismo, y ese nombre puede aplicarse, en verdad, a toda la parte práctica de la antigua Magia Trascendental. El magnetismo es la vara de los milagros, pero sólo para los iniciados; pues para los irreflexivos e ignorantes que se divirtieran con él o lo convirtieran en juguete de sus pasiones, es tan peligroso como consumir la gloria que, según la fábula alegórica, destruyó a la demasiado ambiciosa Semele en los abrazos de Júpiter.
Uno de los grandes beneficios del magnetismo es que demuestra, mediante hechos irrebatibles, la espiritualidad, la unidad y la inmortalidad del alma; y una vez certificadas estas cosas, Dios se manifiesta a todas las inteligencias y a todos los corazones. De allí en más, desde la fe en Dios y desde las armonías de la creación, somos conducidos hasta la gran armonía religiosa que no existe fuera de la jerarquía milagrosa y legítima de la Iglesia Católica, pues ésta es la única que preservó las tradiciones de la ciencia y la fe.
La prístina tradición de la revelación única fue preservada bajo el nombre de Cabala por el sacerdocio de Israel. La doctrina cabalística, que es la de la Magia Trascendental, está contenida en el Sepher Yetzirah, el Zohar y el Talmud. Según esta doctrina, el absoluto es el Ser, y allí está la Palabra, que expresa la razón del Ser y de la vida. Por tanto, el principio es que el Ser es el ser, En el principio era el Verbo, que significa el que es, fue y será; y esta es la razón que habla. En el principio era el Verbo. El Verbo es la razón de la fe, y allí está también la razón de esa fe que da vida a la ciencia. El Verbo, o Logos, es el manantial de la lógica. Jesús es el Verbo Encarnado. La concordancia entre razón y fe, entre ciencia y credo, entre autoridad y libertad, se convirtió en estos tiempos modernos en el real enigma de la esfinge. Coincidentemente con este gran problema se planteó el concerniente a los respectivos derechos del hombre y la mujer. Esto es inevitable, pues entre los diversos términos de una cuestión grande y suprema, hay una constante analogía, y las dificultades, como las correspondencias, son invariablemente las mismas. El aflojamiento de este nudo gordiano de la filosofía y la política se torna aparentemente paradójico, porque a fin de efectuar un acuerdo entre los términos de la ecuación requerida hay siempre una tendencia a confundir uno con otro. Si hay algo que merezca llamarse absurdo supremo es indagar cómo la fe se convierte en razón, la razón en credo, y la libertad en autoridad; o, recíprocamente, cómo la mujer se convierte en hombre, y el hombre en mujer. Hasta las definiciones se suman a tal confusión, y sólo manteniendo una perfecta distinción entre los términos podemos llevarlos a un acuerdo. La distinción perfecta y eterna entre los dos términos prístinos ¿el silogismo creador, para la demostración de su armonía en virtud de la analogía de los opuestos, es el segundo gran principio de esa filosofía oculta, velada bajo el nombre de Cábala e indicada por todos los jeroglíficos sagrados de los viejos santuarios, y por los ritos, incluso ahora tan poco comprendidos, de la Masonería antigua y moderna.
Leemos en las Escrituras que Salomón construyó dos columnas de bronce frente a la puerta de su Templo; una de ellas se llamó Jachin y la otra, Boaz, que significa el fuerte y el débil. Estos dos pilares representaban al hombre y la mujer, a la razón y la fe, al poder y la libertad, a Caín y Abel, al derecho y el deber. Eran pilares del mundo intelectual y moral, el jeroglífico monumental de la antinomia inevitable respecto de la gran ley de creación. El significado es que toda fuerza postula una resistencia sobre la que pueda trabajar; toda luz, una sombra como su contraste; toda convexidad, una concavidad; todo influjo, un receptáculo; todo reinado, un reino; todo soberano, un pueblo; todo obrero, una materia apta; todo conquistador algo que vencer. La afirmación se apoya en la negación; el fuerte sólo puede vencer debido a la debilidad; la aristocracia no puede manifestarse sino encumbrándose sobre el pueblo. Para el débil convertirse en fuerte, para el pueblo adquirir una posición aristocrática, es una cuestión de transformación y progreso, pero esto sin perjuicio de los primeros principios; el débil será siempre débil y nada importa si no se trata siempre de la misma persona. El pueblo, de manera similar, seguirá siendo siempre el pueblo, la masa que es gobernada y no es capaz de gobernar. En el vasto ejército de los inferiores, toda emancipación personal es una deserción automática que, felizmente, es imperceptible porque es reemplazada, también automáticamente; una nación regia o un pueblo de reyes presupondría la esclavitud del mundo y la anarquía en una sola ciudad, fuera de toda disciplina, como en Roma en la época de su máxima gloria. Una nación de soberanos sería inevitablemente tan anárquica como una clase de expertos o eruditos que se considerasen amos; nadie los escucharía; todos dogmatizarían y darían órdenes simultáneamente.
La emancipación radical de la mujer cae dentro de la misma categoría. Si la mujer abandona integral y radicalmente el estado pasivo e ingresa en el activo, abdica de su sexo y se convierte en hombre, o más bien, como tal transformación es físicamente imposible, logra la afirmación mediante una doble negación, ubicándose fuera de ambos sexos, como un estéril y monstruoso andrógino. Estas son estrictas consecuencias del gran El gran símbolo de Salomón dogma cabalístico respecto de la distinción de los opuestos que alcanza la armonía por la analogía de sus proporciones. Una vez reconocido este dogma, y universalizada la aplicación de sus resultados por la ley de las analogías, significará un descubrimiento de los máximos secretos relativos a la simpatía y antipatía maternas; significará también un descubrimiento de la ciencia del gobierno en lo político, en el matrimonio, en todas las ramas de la medicina oculta, ya se trate de magnetismo, homeopatía o influencia moral. Además, y como se pretende explicar, la ley del equilibrio en la analogía conduce al descubrimiento de un medio universal, otrora Gran Secreto de los alquimistas y magos de la Edad Media. Se ha dicho que este medio es una luz de vida por la que los seres animados se tornan magnéticos, siendo la electricidad sólo su accidente y su perturbación, efímera, por así decirlo. La práctica de esa Cábala maravillosa a la que volveremos luego, para satisfacción de quienes buscan, en las ciencias secretas, más bien emociones que sabias enseñanzas, reposa enteramente en el conocimiento y uso de este medio.
La religión de los cabalistas es, a la vez, hipótesis y certidumbre, pues avanza de lo conocido a lo desconocido con el auxilio de la analogía. Reconoce a la religión como una necesidad de la humanidad, como un hecho evidente y necesario, y esto solo es lo que para ellos es revelación divina, permanente y universal. No discuten sobre nada de lo que existe sino que aportan la razón de todo. De igual modo, su doctrina, al distinguir claramente la línea demarcatoria que debe existir siempre entre la ciencia y la fe, proporciona una base para la fe en la razón suprema, garantizando su duración irrefutable y permanente. Después de esto siguen las formas doctrinarias populares que pueden variar solas y de igual modo destruirse recíprocamente; al cabalista no sólo no lo perturban las trivialidades de esta índole sino que de inmediato puede suministrar una razón respecto de las fórmulas más asombrosas. De esto se desprende que su plegaria puede unirse a la de la humanidad en general, para dirigirla mediante ilustraciones de la ciencia y la razón, e introducirla en cauces ortodoxos. Si se menciona a María, reverenciará en ella la realización y todo lo que es divino en los sueños de la inocencia, todo lo que es adorable en el entusiasmo sagrado de todo corazón maternal. No será él quien rechace las flores que adornan los altares de la Madre de Dios, ni los blancos estandartes de sus capillas, ni siquiera las lágrimas por sus ingenuas leyendas. No será él quien se burle del Dios recién nacido que llora en el pesebre, ni de la lacerada víctima del Calvario. No obstante, desde el fondo de su corazón, repite como los sabios de Israel y los fieles creyentes del Islam: No hay Dios sino Dios. Para los iniciados en la ciencia verdadera esto significa: No hay sino un solo Ser, y este es el Ser. Pero todo lo que es apropiado y conmovedor en las creencias (el esplendor de los ritos, el desfile de las creaciones divinas, la gracia de las oraciones, la magia de las esperanzas celestiales) ¿no es el resplandor de la vida moral en toda su juventud y belleza? Si algo puede separar al verdadero iniciado de las plegarias en público y de los templos, si algo puede suscitar su repugnancia o indignación contra las formas religiosas de toda clase, eso sería la manifiesta incredulidad de sacerdotes o pueblo, la falta de dignidad en las ceremonias del culto; en una palabra, la profanación de las cosas santas. Dios está verdaderamente presente cuando lo adoran las almas recogidas y los corazones tiernos; está ausente, sensible y terriblemente, cuando se lo discute sin luz ni celo, es decir, sin comprensión ni amor.
El concepto adecuado sobre Dios según el cabalismo instruido es el revelado por San Pablo cuando dijo que, para llegar a Dios, debemos creer que El existe y recompensa a quienes Le buscan. De modo que no hay nada fuera de la idea del ser en combinación con la idea del bien y la justicia: estos solos son absolutos. Decir que no hay Dios, o definir lo que El es, constituye igual blasfemia. Toda definición de Dios aventurada por la inteligencia humana es una receta de empirismo religioso, de donde la superstición extraerá subsiguientemente un demonio.
En el simbolismo cabalístico Dios está siempre representado mediante una imagen duplicada: una derecha, la otra invertida; una blanca, y la otra, negra. De esa manera los sabios buscaron expresar los conceptos inteligentes y vulgares de la misma idea: la del Dios de la luz, y la del Dios de la oscuridad. La comprensión errónea de este símbolo debe referirse al Ahrimán persa, el antepasado negro, pero divino, de todos los demonios. El sueño del rey infernal no es sino una falsa noción de Dios.
La luz carente de sombra sería invisible para nuestros ojos, puesto que produciría un brillo superpotente, igual a la máxima oscuridad. En las analogías de esta verdad física, entendidas y consideradas adecuadamente, se hallará una solución de uno de los problemas más terribles, el origen del mal. Pero captar esto plenamente, junto con todas sus consecuencias, no compete a la multitud, que no debe penetrar tan prestamente en los secretos de la armonía universal. Sólo después que el iniciado de los Misterios eleusinos atravesaba victoriosamente todas las pruebas, y veía y tocaba las cosas santas, y si era considerado lo bastante fuerte como para soportar el último y más terrible secreto, un sacerdote velado le aprobaba y, a paso rápido, pronunciaba en su oído las palabras enigmáticas: Osiris es un dios negro. Así era Osiris cuyo oráculo es Tifón y así era el divino sol religioso de Egipto, súbitamente eclipsado, que se convirtió en la sombra de la grande e indefinible Isis que es todo lo que fue y será, y cuyo velo eterno nadie levantó.
La luz es el principio activo de los cabalistas, mientras la oscuridad es análoga al principio pasivo, por cuya razón consideraban al sol y la luna emblemas de los dos sexos divinos y de las dos fuerzas creadoras. De igual modo atribuían a la mujer las primeras tentaciones y el pecado, y subsiguientemente el primer parto, el maternal alumbramiento de la redención: la luz renace del vientre de la oscuridad. El vacío atrae al plenum, y así el abismo de la pobreza y la miseria, el falso mal, semejante a la nada, y la efímera rebelión de las criaturas, atraen eternamente un océano de ser, riqueza, misericordia y amor. Esto interpreta el símbolo del Cristo que desciende en el infierno luego de derramar sobre la cruz toda la inmensidad del perdón más maravilloso.
Mediante la misma ley de la armonía en la analogía de los opuestos los cabalistas explican también todos los misterios del amor sexual. ¿Por que esta pasión es más permanente entre dos naturalezas desiguales y dos caracteres contrarios? ¿Por qué en el amor existe siempre uno que inmola y otro que es víctima? ¿Por qué las pasiones más obstinadas son aquellas cuya satisfacción parecería imposible? Asimismo, mediante esta misma ley habrían decidido de una vez y para siempre la cuestión de la precedencia entre los sexos, como la adelantara con plena seriedad el SaintSimonismo en nuestro tiempo. Al ser la fuerza natural de la mujer la de la inercia o resistencia, habrían dispuesto que la modestia es el más imprescindible de sus derechos, y por ende que ella no debe realizar ni desear nada que exija una especie de temeridad masculina. Por el otro lado, la Naturaleza proveyó a este fin dotándola de voz suave para que no se la oiga en las grandes asambleas, a no ser que la eleve a un tono ridiculamente discordante. Por ello, quienes aspiran a las funciones del sexo opuesto deben falsificar las prerrogativas del propio. No sabemos a qué punto puede llegar en el gobierno de los hombres, pero es cierto al menos que, cuando llegue a eso, perderá el amor de los hombres y, lo que será más cruel para ella, el amor de sus hijos.
La ley conyugal de los cabalistas proporciona además, por analogía, una solución del problema más interesante y difícil de la filosofía moderna: el acuerdo entre razón y fe, entre autoridad y libertad de conciencia, entre ciencia y credo. Si la ciencia es el sol, el credo es la luna: un reflejo del día en medio de la noche. La fe es el suplemento de la razón en la oscuridad dejada por la ciencia delante y detrás de sí. Emana de la razón pero no puede ser confundida con ella ni llevarla a confesión. Las intrusiones de la razón en la fe o de la fe en la razón son eclipses de sol o luna. Cuando ocurren, la fuente lumínica y el reflector se inutilizan.
La ciencia perece a causa de sistemas que no son sino creencias, y la fe sucumbe ante la razón. A fin de sostener el edificio, los dos pilares del templo deben estar paralelos y separados. Cuando se los junta a la fuerza, como lo hiciera Sansón, se desmoronan, y todo el edificio se derrumba sobre el ciego fanático o revolucionario, cuyo resentimiento personal o nacional lo destinó de antemano a morir. Las luchas entre los poderes espirituales y temporales, en todos los períodos de la humanidad, fueron disputas sobre manejos domésticos. El Papado ha sido una madre celosa, queriendo suplantar un marido en el poder temporal, y ha perdido la confianza de sus hijos, mientras el poder temporal, en su usurpación del sacerdocio, no es menos ridículo que el hombre que pretende saber mejor que la madre cómo dirigir el hogar y los niños. Los ingleses, por ejemplo, desde el punto de vista moral y religioso, semejan niños arropados por hombres, como podemos apreciarlo por su melancolía y embotamiento.
Podríamos comparar la doctrina religiosa con el cuento que narra una nodriza, y que es ingenioso y beneficioso en lo moral. Para el niño es perfectamente verdadero y el padre sería muy necio refutándolo. Dése por tanto a las madres el monopolio de los cuentos de hadas, de los cánticos y cuidados hogareños. La maternidad es un carácter del sacerdocio, y debido a que la Iglesia debe ser solamente madre, el sacerdote católico renuncia al derecho masculino y le transfiere de antemano su derecho de paternidad. Jamás debe olvidarse que el Papado o no es nada o es la madre universal. Incluso puede ser que la Papisa Juana de la que los protestantes elaboraron un cuento escandaloso, sea sólo una ingeniosa alegoría, y cuando los soberanos Pontífices utilizaron mal a los Emperadores y Reyes, fue la Papisa Juana que trataba de golpear a su marido, para gran escándalo del mundo cristiano De igual manera los cismas y las herejías fueron disputas conyugales: la Iglesia y el Protestantismo hablan mal una del otro y viceversa, se lamentan recíprocamente, dan muestras de evitarse y estar mutuamente fatigados, como esposos que vi\ en separados.
Sólo mediante la Cabala todo se explica y reconcilia. Todas las demás doctrinas se vivifican y fructifican por ella; la Cabala nada destruye y, por el contrario, da razón de todo lo que existe. Así todas las fuerzas del mundo están al servicio de esta ciencia única y suprema, mientras el cabalista verdadero puede usar a su antojo, sin hipocresía ni falsedad, la ciencia poseída por los sabios y el celo de los creyentes. Ese cabalista es más católico que Maistre, más protestante que Lutero, más judío que el Rabino supremo, y más profeta que Mahoma. ¿No se halla por encima de los sistemas y pasiones que oscurecen la verdad? ¿No puede reunir a voluntad sus dispersos rayos, reflejados de modos tan variados en todos los fragmentos del espejo roto que es la fe universal, fragmentos tomados por los hombres para tantos credos opuestos? Hay un solo ser, una sola ley y una sola fe, como hay una solo raza humana:
En tales alturas intelectuales y morales la mente y el corazón humanos entran en la paz profunda. "Paz profunda, hermanos míos", tal es la palabra clave de la Masonería del Grado Supremo, que es la asociación de los iniciados cabalistas.
La guerra que la Iglesia se \io obligada a entablar contra la Magia la exigieron las profanaciones de los falsos gnósticos, pero la ciencia verdadera de los Magos es esencialmente católica, basando toda su realización en el principio jerárquico. Ahora bien, la única jerarquía seria y absoluta se halla en la Iglesia Católica, y es por ello que los adeptos verdaderos le demostraron siempre respeto y obediencia profundísimos. Sólo Enrique Khunrath fue decidido protestante, pero en esto era un alemán de su época más bien que un ciudadano místico del Reino eterno.
La esencia del anticristianismo es exclusión y herejía; es la partición del cuerpo de Cristo, según la bella expresión de San Juan: Omnis spiritus qui solvit Christum hic Antichristum est. La razón es que la religión es caridad y que no hay caridad en la anarquía. La Magia también tiene sus anarquistas, sus creadores y sectarios, sus taumaturgos y hechiceros. Nuestro propósito es vindicar la legalidad de la ciencia respecto de las usurpaciones de la ignorancia, el fraude y la locura; más especialmente respecto a esto nuestra obra será útil, como asimismo enteramente nueva. Hasta ahora la Historia de la Magia ha sido presentada como anales de una cosa prejuzgada, o como crónicas más o menos exactas de una secuencia de fenómenos, viendo que nadie creía que la Magia perteneciera a la ciencia. Una relación seria de esta ciencia en su redescubrimiento, por así decirlo, debe poner en evidencia su evolución o progreso. Caminamos por un santuario abierto en vez de hacerlo entre ruinas, y descubrimos que los Lugares Santos, tanto tiempo sepultados bajo escombros de cuatro civilizaciones, se han conservado más maravillosamente que las momificadas ciudades que la excavación desenterró, con toda su belleza muerta y majestad desolada, debajo de la lava del Vesubio.
En su magnífica obra, Bossuet nos presentó a la religión ligada por doquier con la historia; ¿pero qué habría dicho si hubiese sabido que una ciencia que, en un sentido, nació con el mundo, proporciona una explicación de los dogmas prístinos, que pertenecen a la religión única y universal, en virtud de su combinación con los más irrefutables teoremas de la matemática y la razón? La Magia dogmática es la clave de todos los secretos, no sondeados aún por la filosofía de la historia, mientras la Magia Práctica sola abre el Templo Secreto de la Naturaleza, al poder de la voluntad humana que es siempre limitada, pero siempre progresista.
Distamos de cualquier pretensión impía de explicar 'os misterios de la religión por medio de la Magia, pero nuestra intención consiste en indicar de qué manera la ciencia está obligada a aceptar y reverenciar aquellos misterios. Ya no se dirá que la razón debe humillarse en presencia de la fe; por el contrario, debe honrarse creyendo, puesto que la fe salva a la razón de los horrores del vacío al borde del abismo, y es el eslabón de unión con el infinito. La ortodoxia en religión es respeto por la jerarquía como único guardián de la unidad. No temamos, por tanto, repetir que la Magia es esencialmente la Ciencia de la Jerarquía, recordando claramente que, antes que todo lo demás, condena a las doctrinas anárquicas, mientras demuestra, mediante las leyes mismas de la Naturaleza, que la armonía es inseparable del poder y la autoridad.
El principal atractivo de la Magia para la gran cantidad de curiosos consiste en que ven en ella un medio excepcional para satisfacer sus pasiones. El horizonte del incrédulo es del mismo orden. El avaro negará que haya secreto alguno de Hermes relativo a la transmutación de los metales, pues de lo contrario lo compraría y así disfrutaría de la riqueza. Pero son necios quienes creen que tal secreto se vende. ¿De qué serviría el dinero a quienes pudieran fabricar oro? Eso es cierto, dice el escéptico, pero si tú, Eliphas Levi, lo poseyeras, ¿no serías más rico que nosotros? ¿Quién te ha dicho que soy pobre? ¿Te pedí que me dieras algo? ¿Dónde está el soberano del mundo que puede jactarse de haberme adquirido algún secreto de la ciencia? ¿Dónde está el millonario a quien di razón para que creyera que pondría mi fortuna contra la suya? Cuando miramos desde abajo la riqueza terrena podemos anhelarla como la felicidad soberana, pero la desdeñamos al observarla desde arriba y comprendemos cuan pequeña es la tentación de recobrar lo que se dejó caer como un hierro caliente.
Pero aparte de esto, un joven exclamará que si los secretos mágicos fuesen ciertos, los lograría para que todas las mujeres lo amasen. Nada de eso; día vendrá, pobre criatura, en que será demasiado ser amado por una sola de ellas, pues el deseo sensual es una orgía dual, cuya embriaguez hace que rápidamente sobrevenga la repugnancia, luego de lo cual se suceden la ira y la separación. Una vez hubo un idiota que quiso ser mago para asombrar al mundo. Pero si tú fueses mago, héroe mío, no serías imbécil, y ante el tribunal de tu conciencia no hallarías circunstancias atenuantes si te convirtieses en criminal.
El epicúreo, por su parte, pide las recetas de la Magia para disfrutar eternamente y no sufrir para nada. En este caso la ciencia misma interviene y dice, como también lo dice la religión: Bienaventurados los que sufren. Pero esa es la razón de porqué el epicúreo perdió la fe en la religión. "Bienaventurados los que lloran", pero el epicúreo se burla de esa promesa. Habrá que prestar atención a lo que dice la experiencia y la razón. Los sufrimientos prueban y despiertan los sentimientos generosos; los placeres promueven y fortalecen los bajos instintos. Los sufrimientos arman contra el placer; el goce engendra debilidad en el sufrimiento. El placer disipa; el dolor almacena. El placer es la roca del peligro en el hombre; el dolor de la maternidad es el triunfo en la mujer. El placer fecunda, mas el dolor concibe y da a luz. ¡Ay de quien no puede ni quiere sufrir! ¡El dolor le avasallará! La Naturaleza maneja sin lástima a quienes rehusan caminar; los arroja en la vida como en alta mar: debemos nadar o ahogarnos. Así son las leyes de la Naturaleza, como las enseña la Magia Trascendental. Reconsideremos ahora si uno puede convertirse en mago para disfrutarlo todo y no sufrir nada. Empero, el mundo preguntará: ¿De qué sirve la Magia en ese caso? ¿Qué habría respondido el profeta Balaam a su burra si el paciente bruto le hubiese preguntado de qué sirve la inteligencia? ¿Qué habría contestado Hércules si un pigmeo le hubiese preguntado de qué sirve la fuerza? No comparamos a la gente del mundo con los pigmeos y mucho menos con la burra de Balaam: eso sería falta de urbanidad y buen gusto. Decimos, por tanto, con toda la delicadeza posible, a esa gente brillante y amistosa, que para ella la Magia es absolutamente inútil, dando por sentado que nunca la tomarán en serio. Nuestra obra está dirigida a las almas que trabajan y piensan. Ellas hallarán aquí una explicación de cuanto quedó oscuro en nuestra Doctrina y Ritual. Basados en los lincamientos de los Grandes Maestros, hemos seguido el orden natural de los números sagrados en el plan y división de nuestras obras, por cuya razón esta Historia de la Magia está ordenada en siete libros con siete capítulos en cada uno. El primer libro está dedicado a los Orígenes de la Magia; es la génesis de esa ciencia; lo hemos dotado de la clave de la letra Aleph, que expresa cabalísticamente la unidad original y prístina. El segundo libro contiene fórmulas históricas y sociales de la palabra mágica de la antigüedad; su sello es la letra Beth, que simboliza la diada como expresión de la palabra que realiza, el rasgo especial de la gnosis y del ocultismo. El tercer libro se refiere a las realizaciones de la ciencia antigua en la sociedad cristiana. Demuestra de qué manera, incluso para la ciencia misma, la palabra se hace carne. El número tres es el de la generación, la realización, y la clave es la letra Gimel, jeroglífico del nacimiento. En el cuarto libro penetramos en el poder civilizador de la Magia entre las razas bárbaras, en las producciones naturales de esta ciencia entre pueblos aún en la infancia, en los misterios de los druidas y sus milagros, en las leyendas de los bardos, y se demuestra de qué manera La cabeza mágica del Zohar concurrieron estas cosas a la formación de las sociedades modernas preparando así una victoria brillante y permanente para el cristianismo. El numero cuatro expresa la Naturaleza y la fuerza, mientras la letra Daleth, que lo significa en el alfabeto hebreo, está representada en la de los cabalistas por un emperador en su trono. El quinto libro está consagrado a la era sacerdotal de la Edad Media, y estamos presentes en las disensiones y luchas de la ciencia, en la formación de las sociedades secretas, en sus logros desconocidos, en los ritos secretos de los grimorios, en los misterios de la Divina Comedia, en las divisiones dentro del santuario, que debían conducir después a una gloriosa unidad. El número cinco es el de la quintaesencia, la religión y el sacerdocio; su rasgo es la letra He, representada en el alfabeto mágico por el símbolo de un sumo sacerdote. El sexto libro demuestra la intervención de la Magia en la obra de la Revolución. El número seis es el del antagonismo y la disputa como preparación para la síntesis universal, y la letra correspondiente es Vau, símbolo del lingam creador y de la guadaña de la muerte. El séptimo libro es sintético, y contiene una exposición de obras y descubrimientos modernos, nuevas teorías sobre la luz y el magnetismo, la revelación del gran secreto rosacruz, la explicación de los alfabetos misteriosos, la ciencia de la palabra y sus obras mágicas; en fin, el resumen de la ciencia misma, incluyendo una apreciación de lo que realizaron los místicos contemporáneos. Este libro es complemento y culminación de la obra, como el septenario es la corona de los números, uniendo el triángulo de la idea con el cuadrado de la forma. Su letra correspondiente es Zain, y el jeroglífico cabalístico es un vencedor sobre un carro, tirado por dos esfinges.
Lejos de nosotros está la ridicula vanidad de posar como vencedor cabalístico; sólo la ciencia es la que debe triunfar; y lo que exponemos ante el mundo inteligente, montados sobre el carro cúbico y arrastrados por esfinges, es la Palabra de la Luz, el Divino Realizador de la Cabala Mosaica, el Sol humano del Evangelio, el Dioshombre que otrora llegó como Salvador y pronto se manifestará como Mesías, es decir, como rey definitivo y absoluto de las instituciones temporales. Este es el pensamiento que estimula nuestro coraje y sostiene nuestra esperanza. Pero ahora sólo resta someter todos nuestros conceptos, todos nuestros descubrimientos y todos nuestros afanes al juicio infalible de la jerarquía. Que los autorizados hombres de ciencia se ocupen de lo que a la ciencia pertenece, pero que las cosas relacionadas con la religión queden aparte, sólo para la Iglesia y la única jerarquía eclesiástica, preservadora de la unidad, que ha sido católica, apostólica y romana desde los días de Cristo Jesús hasta ahora. Para los estudiosos, nuestros descubrimientos; para los obispos, nuestras aspiraciones y creencias. ¡Ay del niño que se cree más sabio que sus padres! ¡Ay del hombre que no reconoce maestros! ¡Ay del soñador que piensa y reza por sí! La vida es una comunión universal y en tal comunión hallamos la inmortalidad. Quien se aisla se abandona a la muerte, y una eternidad de aislamiento sería la muerte eterna.
ELIPHAS LEVI