Simbología y mitología de los signos del zodiaco: Libra
Es el único signo del Zodíaco relacionado con un objeto inanimado. En la mitología babilónica, representaba el juicio final de vivos y muertos en el que el dios Zibanitú pesaba las almas en una balanza. En el panteón religioso egipcio el dios Thot ( El ibis sagrado), hacía lo mismo. La justicia griega lo utilizaba para indicar equidad. En la antigüedad sólo se conocían once signos zodiacales.
La parte que hoy corresponde a Libra formaba entonces las llamadas "garras o tenazas" del arácnido. Escorpio abarcaba el espacio de los dos signos ocupados por las "tenazas" y la "cola" respectivamente. Fueron los romanos con el fin de que cada signo correspondiese con una constelación y cada una representara un mes del año, los que dividieron la figura de Escorpio en dos partes iguales.
Se atribuye la separación de Libra y Escorpio al césar Augusto (que se dedicaba a la astrología). Augusto nació el 21 de septiembre del año 62 a.C. (es decir en la frontera con el inicio de Libra) y, como se veía a sí mismo como el más grande de todos los césares, reclamó para sí la creación de esta constelación. De todos modos, 200 años antes, ya se había nombrado a Libra como constelación zodiacal. Hoy sabemos, no obstante, que los sumerios ya habían realizado esta «operación» en el 2.340 a.C. para conceder un propio espacio en el cielo, al equinoccio de otoño (punto de igual duración del día y de la noche) que en esa época, había entrado en las «pinzas del escorpión» (período de la cosecha, la época más importante según el culto de los sumerios).
Esto nos permite suponer que nuestra noble capacidad de juicio (balanza) emerge de algo mucho más antiguo, arcaico y primitivo evolucionado en el tiempo hasta lo que hoy conocemos como evaluación imparcial objetiva.
Aunque el símbolo de Libra sea más reciente, en la mitología hay imágenes muy antiguas que simbolizan el juicio. Por ejemplo en la mitología egipcia la balanza simbolizaba el juicio al que Osiris sometía a las almas en el mundo subterráneo. Según el ritual cuando el alma del muerto ha cruzado la zona entre el mundo de los vivos y el de los muertos, es llevada ante la presencia de Osiris. Una gran balanza preside la sala donde va a celebrarse el juicio y Maat, la diosa de la verdad, pesa el corazón del muerto. Mientras un monstruo, en parte león, en parte hipopótamo y en parte cocodrilo espera para comerse el corazón del culpable. En la sala también hay cuarenta y dos personajes sentados (las 42 provincias del Egipto Antiguo) ante los cuales el alma del muerto debe realizar una “confesión negativa”, es decir una enumeración de los pecados que no ha cometido. Anubis coloca en uno de los platos de la balanza a la misma Maat o a la pluma de verdad que era su símbolo y en el otro platillo coloca el corazón que ha de ser juzgado. En el caso de que ambos platillos permanezcan en equilibrio, es decir cuando los pecados del hombre no pesan más que la pluma de Maat, los jueces emiten un veredicto favorable. Ahora bien, si el hombre no había sido justo, es decir si no había obrado en su vida conforme a Maat, tras la muerte le esperaba la aniquilación y el olvido.
Maat bajo la forma de una deidad femenina determinaba el acceso o nó a la eternidad, ella personificaba el orden cósmico, la justicia (como concepción), la verdad y la estabilidad que ha de estar presente en el mundo y en el cosmos. Representaba el equilibrio, la armonía del universo tal y como fue creado al principio. En la sociedad este respecto por el equilibrio implicaba la práctica de la lealtad, la verdad, justicia y respecto a las leyes y a los individuos. Maat es una diosa reflexiva, su ley es la de los códigos morales y éticos de la sociedad.
La imagen mítica de Osiris juzgando las almas es un reflejo del juicio al que los dioses someten a los hombres e implica la existencia de principios sobre el modo correcto o incorrecto de vivir la vida. No se trata de principios que emerjan del reino de la naturaleza sino que pertenecen al campo del espíritu humano y están relacionados con su perfeccionamiento. La figura de Osiris y los platillos de Maat o la pluma de la verdad ofrecen una visión del punto de vista del signo de Libra, según la cual el cosmos es, en última instancia justo, en la que el bien termina siendo recompensado y el mal termina siendo castigado. Pero para Libra esta visión no se trata de una valoración individual sino más bien de una ética universal que trasciende los asuntos meramente humanos.
También en la mitología griega encontramos los juicios de Paris y de Tiresias. Paris, también llamado Alejandro “el que protege a los hombres” era hijo del rey Príamo de Troya quien había sido advertido que su hijo se convertiría en la ruina de su país, motivo por el cual lo abandona en el monte Ida. Una osa lo amamanta y le salva la vida. Con el tiempo el joven Paris comienza a destacarse por su hermosura, inteligencia y fortaleza testimoniando la cuna real del joven príncipe. En razón de su perspicacia con las mujeres y su extraordinaria capacidad de juicio, Zeus le pide que sea el árbitro en el litigio surgido entre tres diosas olímpicas. Es así que mientras pastaba su rebaño, se le aparece el dios Hermes (el mensajero del Olimpo) acompañado por las diosas Hera, Atenea y Afrodita.
Le entrega una manzana de oro, que Eride la diosa de la Discordia había arrojado en la boda de Peleo y Tetis, y un mensaje que decía: “Paris ya que eres tan bien parecido y tan prudente en asuntos femeninos, Zeus te ordena juzgar cual de estas tres diosas es la más hermosa y otorgarle la manzana de oro a la vencedora”. Paris que no era tonto comprende inmediatamente que cualquier respuesta que de le enemistará con las dos diosas no elegidas, por lo que como un buen Libra, intenta galantemente dividir la “manzana de oro” en tres partes iguales. Pero Zeus no acepta esta propuesta y le exige una respuesta concreta. Ante esto el príncipe troyano ruega a las diosas que no se molesten si no las favorece pero está obligado a elegir sólo a una de ellas. Las tres le prometen no desquitarse con él en el caso de no ser elegidas. Entonces Paris les pide que se despojen de sus atuendos: Afrodita se saca el famoso cinto que hacía que todo el mundo se enamorara de ella, Atenea se quita el casco de combate que le daba una apariencia noble y distinguida y Hera, por su parte como convenía a la Reina de los dioses, simplemente se quita la ropa.
Para inclinar la elección del joven troyano, la diosa Hera le ofrece la soberanía sobre Asía y convertirlo en el hombre más rico del mundo pero Paris no quería la gran responsabilidad que implicaba semejante riqueza. En tanto Atenea le promete salir victorioso de todas las batallas, pero como este no es el mito de Aries, tampoco el joven se siente atraído por la propuesta, La diosa Afrodita en cambio, más conocedora de lo que podía motivar a Paris, le ofrece la mujer más hermosa del mundo, Helena que era hija de Zeus y esposa del rey Menéalo. Paris objetó que Helena ya estaba casada pero Afrodita le dijo que ella se encargaría del tema. Dicho esto el joven troyano, sin pensarlo dos veces, le entrega la manzana de oro. Como era de suponerse este juicio le ganó la enemistad de las diosas Hera y Atenea a pesar de lo prometido previamente, quienes se marchan juntas para planificar la destrucción de la ciudad de Troya.
Cuando Paris se encuentra con Helena, los dos se enamoran inmediatamente y se escapan a Troya. Este incidente da a los griegos la excusa para hacer lo que siempre habían deseado, reducir a cenizas la ciudad de Troya. Durante la guerra muere Paris y también los hijos que había tenido con Helena, quien siendo semidivina fue devuelta y arrepentida a su esposo.
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